Cuando medito en el evangelio de este domingo no puedo dejar de pensar que aquellos jornaleros contratados a última hora no eran como los demás. Imagino que quizás eran menos capaces, o quizás se habían levantado tarde y por eso nadie los había llamado antes o, quizás, un poco vagos y habían rechazado otras ofertas porque les parecía demasiado duro el trabajo. También cabe pensar que quizás habían esperado hasta la última hora porque deseaban ganar lo justo para sobrevivir y nada más. Quizás se trataba de personas acostumbradas al mínimo esfuerzo o, simplemente rechazadas porque eran consideradas inútiles. ¿Quién iba a quererlos para su campo?
Lo que importa es que el propietario de la viña se fija en ellos y los quiere en su campo. Importa también que, aunque a diferentes horas, todos ellos hubieron de aceptar una invitación. Al ir a la plaza se habían mostrado dispuestos a trabajar y, cuando son llamados, cada uno a su hora, hacen lo que se les ha pedido. Se muestra así cómo Dios nos salva, cada uno a su momento, y, al mismo tiempo, cómo se exige que haya una adhesión libre por nuestra parte. San Agustín señala al respecto: “Se te llama a la hora sexta; ven. El amo también te ha ofrecido un denario si vienes a la undécima, pero que vivas hasta la hora undécima, eso nadie te lo ha prometido”.
Así la parábola nos muestra la infinita misericordia de Dios, ante quien palidece toda justicia. Eso no significa que Dios sea injusto, pues a cada uno le da lo que había convenido con él. Sin embargo, a quienes quiere les da más, porque administra sus dones con generosidad. San Pablo aún va más lejos al indicarnos que el don de Dios no lo ve sólo como algo que le será entregado más tarde. Por eso dice: “para mí la vida es Cristo y una ganancia el morir”. Sin embargo prefiere permanecer en este mundo por la salvación de las almas y demorar su encuentro definitivo con el Señor. San Pablo ya experimenta el amor de Jesucristo y su salvación, pero ese mismo amor le lleva a desgastarse trabajando en la viña del Señor.
A la luz del ejemplo paulino quizás podemos ver que aquellos jornaleros, no importa la hora en que fueron contratados, ya fueron salvados en el momento en que se les llamó. Habrían de esperar al final de la jornada para recibir su salario, pero de momento se habían liberado de la incertidumbre. Aquel día, que bien puede simbolizar toda la vida, ya tenía sentido. No habían de quedarse alineados contra una pared esperando un golpe de suerte o entretenerse en conversaciones inútiles divagando sobre qué sería de ellos. En el momento en que el amo se fijó en ellos y les invitó a trabajar se desvanecieron todos los sueños. Ya no había que hacer suposiciones ni fiarse de un azar arbitrario. Alguien los llamaba y debían responder.
Así pasa con nosotros. Cuando fuimos llamados por el Señor, no importa el momento, nuestra vida se llenó de sentido. Ya poseemos la alegría de sabernos elegidos para una tarea en una historia que es conducida por Dios. Ciertamente confiamos en el premio que se nos ha prometido, y que no dejará de sorprendernos, pero ahora ya tenemos una alegría que ignoran quienes no conocen a Cristo.