Santos: José de Cupertino, Sofía, Irene, Terciano, Víctor, Almodia, Cástor, Teodora, Centina, Bonifacio, Fortunato, mártires; Eumenio, Eustorgio, Ferréolo, Justo, Masías, Metodio, Sinerio, Desiderio, obispos; Jacobo, monje; Simón, eremita; Ricarda, emperatriz; Walberto y Bertilia, su esposa.

Comienzo de la Edad Moderna. España inicia su declive. Reina Felipe III en España y Nápoles. Aquí, en un establo de Cupertino, nace José Desa, cuando sus padres, Félix Desa y Francisca Panara, huían de los acreedores a los que no podían pagar por ser grande la pobreza de un carpintero de aldea. Son honrados, gente de fe tradicional, viven en el temor de Dios.

José es cortito de cabeza. No adelanta en la escuela rural y sale de ella sin saber leer. Para ayudar en casa, empieza como aprendiz de zapatero y, por sus manos torpes, el maestro lo declara inepto. Más que remediar, agrava los problemas familiares porque, además, cae gravemente enfermo.

Lo cura la Virgen. Pero, como él no sirve para nada, pasa su adolescencia ayudando a la gente, con más ganas que acierto, y ejercitando la caridad. Eso sí, reza horas y horas y la Virgen le embelesa.

A los 17 años se sintió llamado a la vida religiosa en la Orden de los franciscanos conventuales.

Sucesivamente, dos conventos le reciben como lego y también alternativamente lo expulsan. Dirán que es bueno, espiritual, mortificado, piadoso y… con fino amor a María; pero inútil para fraile por su evidente torpeza y su carente valía: no sirve ni para pelar patatas, fregar platos, barrer el convento, tocar la campana o cavar la huerta. Le sobra piedad y mortificación, pero le falta obediencia, puesto que los encargos que se le dan o se le olvidan o los hace al revés. Pasa por ser un haragán histérico, un inútil para todo. En el colmo de sus males, cuando vuelve a casa, ha muerto su padre y los acreedores pretenden meter al hijo heredero de deudas entre rejas… ¡Con cuantas humillaciones prepara el Señor el alma de algunos de sus santos!

Pero hace una nueva llamada a la puerta del minúsculo convento de Santa María de Grotella. Entra como mero oblato para los más ínfimos trabajos. Estos santos frailes supieron descubrir el oro que cubrían las deficiencias. Pasa a novicio y, a trancas y barrancas por los estudios, ¡llega al sacerdocio!

En el ejercicio del ministerio: atención esmerada a los pobres, caridad sin límite, consejos a la gente y arreglo de contiendas, mucho ayuno y penitencia, milagros y éxtasis. Con todo ello, envidias, críticas, delaciones, interviene la Inquisición y hay revuelo entre las gentes, visitas de dignidades eclesiásticas y hasta el Papa Urbano VIII quiere verle personalmente; en la audiencia con el Vicario de Cristo se elevó sobre el suelo, quedándose suspendido sin ningún soporte físico, es el fenómeno místico llamado levitación que se repetirá con frecuencia en su vida. Siguen las calumnias, enredos e insidias.

Tanto se habla y tantos quieren verle que se quiere ocultar al santo para evitar tumultos, pero el lugar donde se le recluye se convierte en centro de peregrinación.

Con don de profecía pudo predecir su muerte para el día dieciocho de septiembre de 1663 y prepararse para ella.

A la Virgen, «Monstra te esse matrem» fue su última frase en la tierra.

Este santo puede animar a los cortitos de entendederas, a los fracasados, ineptos en labores caseras y a los desechados como ‘pupas’. Todos tienen remedio, si… con Dios cuentan. Nadie hay tan estropeado en la vida que no sirva para nada. Un día, san Pablo dijo que Dios elige la necedad para confundir a los sabios… y la flaqueza para confundir a los fuertes… es como si dijera que puede escribir poesías con la pata de una mesa.