En el Evangelio de hoy se describe a la persona que es incapaz de emocionarse ante nada. Se trata de un personaje que siempre se defiende ante la realidad y nunca se deja interpelar por ella. De ahí que, ante actuaciones totalmente dispares, se quede indiferente. Dice el texto: “hemos tocado la flauta y no habéis bailado; hemos cantado lamentaciones y no habéis llorado”. ¿Qué significa vivir de esa manera?
Quizás pasamos por el mundo sin atender a nada de lo que nos rodea. A veces he pensado que incluso somos indiferentes al tiempo de la Iglesia tal como ella lo vive en la liturgia. Llaga Adviento y no nos significa nada. Lo mismo pasa en el tiempo ordinario, en cuaresma, pascua o en cualquier festividad. Siempre hay como un juicio negativo sobre lo que sucede, como si nunca fuera con nosotros. De ahí que los contemporáneos a Cristo rechazaron por igual a Juan Bautista, que llevaba una vida de penitencia, que a Jesús, al que acusaban de banquetear constantemente con pecadores y publicanos. Ni la actuación de uno ni la vida del otro les supusieron nada porque su corazón estaba blindado. En definitiva aquellos personajes, que pudiéramos ser nosotros, sólo deseaban que sucediera su plan, pero no la voluntad de Dios.
Indirectamente se refiere a ellos el salmo de hoy con diferentes denominaciones. Habla de los impíos: que son los que no tienen fe, los que reducen todo a su medida y por lo tanto no prevén ninguna intervención divina; anticipadamente se han negado a recibirla. Habla de los pecadores que, endurecidos porque viven de espaldas a Dios son incapaces de reconocerlo en ninguna situación. El pecado ofusca terriblemente la mente porque nos quita el gusto por las cosas divinas. Habla también de los cínicos que son los que quitan el valor a los acontecimientos y a las personas riéndose de ellas. Las ridiculizan porque es una manera de dejar de crecer cuando algo externo nos provoca llamándonos a una vida más plena. Ridiculizar es una manera de rechazar la vida que aparece delante de nosotros.
Frente a todos ellos, que son como “paja que arrebata el viento”, aparece la figura del justo. Este se define por seguir los caminos del Señor. Es decir, sabe que el fundamento de su existencia y la razón de su salvación no se encuentran en sí mismo sino que le vienen dados por Dios. Por eso se dice que “su gozo es la ley del Señor”. Su alegría es conocer cada vez mejor cuál es la voluntad de Dios para que ella modele totalmente su existencia.
En este tiempo de Adviento se nos invita a abrir de verdad nuestro corazón para que el Señor pueda realizar una obra grande en nosotros. Por ello hemos de pedirle que nos enseñe a confrontar verdaderamente nuestra vida, a comprender los hechos a los que nos enfrentamos cada día, a saber discernir y escuchar su palabra para que se realice en nosotros. Adviento es tiempo de espera, pero no de lo que nosotros tenemos previsto sino de lo que el Señor quiere regalarnos.
Que la Virgen María, que esperó con un corazón atento la venida del Salvador, nos eduque para que también nosotros deseemos recibir a Dios y estemos preparados para hacerlo.