Juan Bautista, ya encarcelado, envía a sus discípulos junto a Jesús. Los comentaristas señalan que no lo hace por que él esté confundido por la duda sino más bien para que los suyos reconozcan en la persona de Jesús al Mesías. Cuando leo este texto me doy cuenta de que siempre, sea cual fuere nuestro acceso a le cristiana se hace necesario el encuentro personal con Cristo. De hecho Benedicto XVI nos ha recordado que uno sólo es cristiano si se da ese encuentro y produce un cambio en nuestra vida. Los catequistas, la familia, el sacerdote,… si realizan bien su labor acaban, como Juan Bautista, desapareciendo para que podamos vernos cara a cara con Cristo. Ha de ser así porque el Señor nos llama a una relación personal. Y ese encuentro no quita que sigamos reconociéndonos como discípulos de alguien. Al contrario, entendemos mejor ese discipulado que nos ha permitido, Dios se ha valido de él, para conducirnos al Señor. Lo mismo sucede si pertenecemos a cualquiera de las múltiples instituciones, movimientos, asociaciones, carismas, que nos unen a la Iglesia.  A través de ellos Cristo se acerca a cada uno de nosotros y, desde ellos, de una manera particular, podemos responder a su llamada y caminar con Él.

Por otra parte sorprende la manera como el Señor responde a la pregunta de aquellos dos. No lo hace con una afirmación tajante del tipo: “Yo soy el Mesías, y podéis decírselo a Juan”. Jesús lo que hace es realizar milagros, deja que su poder se manifieste y, por sus acciones se da a conocer. Cumple con los signos mesiánicos: “los ciegos ven, los inválidos andan, los leprosos quedan limpios,… y a los pobres se les anuncia el Evangelio”.

Ese modo de proceder del Señor no ha variado con nosotros. Hay personas que esperan una respuesta tajante. Sin embargo Dios siempre actúa respetando nuestra libertad. Ciertamente realiza signos prodigiosos, pero de alguna manera permanece oculto para no forzarnos en nada. Quiere que nosotros le respondamos con total libertad, sin condicionamientos de ningún tipo.

De hecho incluso hay una frase que da mucho que pensar sobre la libertad con la que el Señor nos quiere: “dichoso el que no se escandalice de mí”. Porque es tanta la libertad que el Señor nos concede que cabe la posibilidad de que un signo claro de su presencia sea para nosotros, para nuestra voluntad rebelde y obstinada, ocasión de rechazarlo. Y, porque sus signos nos abren la puerta a una respuesta que cada uno de nosotros debe dar. Por eso hay que estar atento a lo que sucede para reconocer al Señor en las cosas, las personas y los acontecimientos.

En este tiempo de Adviento somos invitados a aguzar nuestra atención. Porque Dios sigue realizando grandes obras en medio de nosotros. En el salmo se dice que “la misericordia y la fidelidad se encuentran, la justicia y la paz se besan”. Este texto a veces ha sido leído en referencia al misterio de la encarnación (El Verbo asume nuestra carne). Pero también podemos entenderlo en el sentido de que quien busca a Dios se encuentra con Él, porque Él ha salido a buscarnos.

Que la Virgen María nos acompañe durante estos días para que sepamos acoger al Señor con todo nuestro corazón.