Hoy acaba el octavario de unidad por los cristianos. Coincide con el recuerdo de la conversión del apóstol de las gentes. Estos días pasados en toda la Iglesia se ha rezado por que un día todos los que hemos recibido un mismo bautismo lleguemos a formar parte de un solo rebaño con un solo pastor. Al recordar como Saulo pasó de perseguidor a fiel Discípulo de Jesucristo reconocemos, de entrada, que nada es imposible para Dios. Muchas veces pensamos que es una pérdida de tiempo rezar por causas que nos parecen difíciles, o si lo hacemos, nos falta convicción y es algo más rutinario que interiormente sentido. Pero Jesús tocó el corazón de aquel que perseguía a los suyos y también puede tocar el nuestro para que sepamos superar diferencias y, con mayor fidelidad a la verdad del Evangelio, caminar juntos.

Pablo comprendió profundamente, y nos ha enseñado a nosotros a entenderlo, que no se puede separar a la Iglesia de Cristo. De hecho él conoció al Señor persiguiendo a la Iglesia. Y, en la aparición que tuvo a las puertas de Damasco, descubrió, al menos, dos cosas. Por una parte que la salvación es gratuita pues se le concedía a alguien como él cuyo afán anterior era destruir el evangelio. La otra cosa que vio es que la gracia que había recibido no era sólo para él, sino que Jesús tenía un deseo de llegar a todos los hombres. Por eso conocer verdaderamente a Jesucristo supone también el deseo de anunciarlo a los demás. Y a ello se consagró con todas sus fuerzas.

Igualmente vemos como Jesús conduce a Pablo a través de la Iglesia. Lo muestra el detalle de que después de la aparición le manda ir donde Ananías. Había quedado ciego y necesitaba ser curado. No sólo exteriormente sino, y sobre todo, por dentro. De ahí que le confirieran el bautismo. Y eso lo recibe de la Iglesia, en la Iglesia y para incorporarse a la Iglesia.

Se ha dicho de san Pablo que es el primer comentarista del Evangelio. Sus textos son inspirados y junto a enseñanzas de Cristo, que también podemos encontrar en los evangelios, se encuentran importantes desarrollos. Gracias a él Dios nos ha instruido en cuestiones importantes sobre la gracia y también sobre Jesucristo y la Iglesia. Es él quien utiliza la imagen del cuerpo para indicar la pertenencia de cada cristiano (los miembros) a un solo organismo (la Iglesia). Y con su celo misionero, su amor a los miembros de las diferentes comunidades, su dedicación a la colecta por los pobres de Jerusalén, su comunión con los otros apóstoles y, en definitiva, con toda su vida, nos ha enseñado como pertenecer y amar la Iglesia.

Es tan grande el amor de Pablo por la Iglesia que san Juan Crisóstomo llegó a decir: “el corazón de Pablo, que es el corazón de Cristo”. Y esa coincidencia de corazones se manifestaba, sobre todo, en el deseo que le movía a anunciar el evangelio a todos los hombres, porque quería que todos llegaran a formar parte de ese pueblo, que es la Iglesia.

Sin duda la división de los cristianos es un escándalo para los no creyentes. El ejemplo de san Pablo nos mueve querer amar con más intensidad a la Iglesia y a dolernos de que, por nuestros pecados, haya personas que no pertenezcan a ella. Igualmente hemos de seguir pidiendo al Señor para que pronto todos los que confesamos su nombre podamos volver a la unidad tan deseada por nuestro Señor.