Jb 7,1-4.6-7; Sal 146; 1Co 9,16-19.22-23; Mc 1,29-39

Dar a conocer el Evangelio, anunciándolo de balde. Menudo fastidio. ¿Tanta preocupación, tanto cuidado y nada sacaremos de ello? Tenemos el encargo de un oficio, el de hablar y actuar, pero parece que solo nos va  a traer disgustos infinitos. Hablar y actuar como Jesús. Valiéndonos de su autoridad. Autoridad en su palabra. Autoridad en sus haceres. Él anunció el Evangelio de balde. Nosotros también, Aunque, ¿qué digo?, ¿de balde? Job, relatándonos las angustias de su vida, nos habla de Jesús, nos cuenta la vida de Jesús. También él está cumpliendo un servicio, sus días son los de un jornalero. Enviado del Padre, carne como nosotros, pero que parece ir derechamente a la cruz. A las ansias de la cruz. Al dolor de la cruz. ¿Cómo es esto posible? ¿No era la suya autoridad de Dios? Y, sin embargo, parece que su herencia sean meses baldíos que terminen allá en lo alto, como la serpiente clavada en el madero, Autoridad de Dios, sí, pero que le lleva a ser despreciable, pingajo muerto, abandonado de todos; bueno, casi de todos, sabemos las excepciones. Este habla con autoridad y no como los escribas, dijeron de él. Mas desgraciada autoridad, pues si no se llega a singularizar y hubiera sido como uno más de entre los comentadores, ni Job ni Pablo hubieran sido quienes descubrían la soledad de su sufrimiento salvador. Hubieran dicho de él: mirad qué bien, habla como los demás escribas, aún siendo de ese perdido Nazaret. Pero, de ser así, Dios no hubiera estado con él. Misterio tremendo el de la cruz. Ante ella nos chocamos siempre, y siempre nos escandaliza. ¿Por qué la cruz?

Todos se agolpaban a la puerta de la casa de Simón y Andrés, en donde acabada de curar a la suegra del primero. Jesús se acercó, la cogió de la mano y la levantó, se le pasó la fiebre y se puso a servirles. Encanta la simplicidad de este hecho, como tantos otros de Jesús. No son actuaciones que han de salir en los periódicos como noticias de primera plana, sino que nos tocan en la pequeñez de nuestra vida. Todos se agolpan para tocarle.

Su relación con los demonios es lo que nos llama poderosamente la atención. Son estos los que le conocen, más allá de la hermosa pequeñez de sus curaciones. Son ellos quienes saben que Jesús no es algo así como un gran curandero, sino que actúa con la autoridad de Dios en palabras y hechos. Saben quién es, y lo proclaman, ellos sí, a grandes gritos. Qué bueno sería si consiguieran torcer las palabras y los pasos de Jesús para que se hiciera patente lo del seréis como dioses. Ahí lo tenéis, miradlo bien, ved cómo somos nosotros los únicos que de verdad sabemos de él. Ved cómo el se viene con nosotros, venid también vosotros con él. Estamos a punto de vencer a Jesús en la gran tentación del desierto. Veníos, pues, con nosotros.

Pero Jesús los desenmascara. Sabe que el conocimiento que ellos tienen de su persona es profundamente engañoso. Dicen a grandes voces reconocerle, para que todos los que se ven tocados por Jesús, les sigan. Su confesión busca hacerse con Jesús y con nosotros. Sabemos quién es, sabedlo como nosotros, y seréis como dioses. ¿Lo veis?, es carne de vuestra carne; veníos con nosotros para ser dioses, porque nosotros somos la puerta del cielo.

¿Cuál es la paga de su autoridad libre, que procede de Dios? La cruz.