Hay momentos en la vida de un sacerdote que no son nada fáciles, cuando la gente piensa que eres quien no eres. Y no lo digo porque uno se disfrace de otra cosa, sino porque los otros piensan que eres otra cosa. Si vas vestido de sacerdote mucha gente por la calle te pide limosna, más bien te la exige. Me ha ocurrido en un trecho de no muchos metros que me pidiesen limosna cinco personas, para los últimos ya no me quedaba más y te miran (si no te dicen nada), como aun mentiroso y avariento. Hay personas que confunden al sacerdote con el banco de España, y eso que tenemos un sueldo bastante raquítico. Otras veces te piden que arregles un matrimonio, pero te lo piden cuando cada uno de los dos está viviendo con otra pareja, cuidando otros hijos y si no han tenido hijos en la siguiente relación es de casualidad. Uno hace todo lo posible, pero resucitar muertos lo hace directamente el Señor y en ocasiones puedes poco más que rezar. Y se enfadan contigo por no conseguirlo. Hay personas que confunden a un sacerdote con un psiquiatra. Y así podríamos poner un largo etcétera de casos. Y si cada cristiano llevase alzacuellos o algo que manifestara externamente que lo somos nos pasaría igual, sacerdotes o no. Nos confundirían con otro. ¿Es esto humillante? Bien mirado no.
Jesús “preguntó a sus discípulos: -«¿Quién dice la gente que soy yo?» Ellos le contestaron: -«Unos, Juan Bautista; otros, Elías; y otros, uno de los profetas. » El les preguntó: -«Y vosotros, ¿quién decís que soy?» Pedro le contestó: -«Tú eres el Mesías.»” Los discípulos, los que comían y bebían con él, le acompañaban, compartían toda su vida, no tenían muy claro quien era. Le confundían con otro: Elías, un profeta, Juan el Bautista…, sólo uno acierta, aunque en realidad se equivoca. Pedro al llamarle Mesías acierta, pero su idea de Mesías era el del libertador del pueblo, el gran Señor humano que se impondría ante los enemigos. Por eso, cuando empieza Jesús a explicar lo que significa Mesías se rebela, no quiere admitirle y se lleva la reprimenda del Señor: «¡ Quítate de mi vista, Satanás! ¡Tú piensas como los hombres, no como Dios! »
Si nos confunden con alguien más “poderoso” o “importante” no nos importa demasiado, nos hace crecer el orgullo y luego presumimos de eso: “Fíjate, el otro día iba por la calle y me confundieron con el rey de España. ¡Je, je!”. Ahora, si al rey de España le confunden con el aparca-coches del hotel (un tío repetabilísimo por otra parte), seguramente se ofendería. A los sacerdotes nos puede halagar que nos confundan con alguien importante, y vaya uno colándose en los sitios diciendo: Soy sacerdote. Y cuando nos tratan como a uno más nos sentimos ofendidos y decimos que es la ola de laicismo que nos rodea. Ojalá a los sacerdotes, y a los demás cristianos nos confundieran con Cristo, y casi nos tratasen como a uno menos. “Hermanos míos, no juntéis la fe en nuestro Señor Jesucristo glorioso con el favoritismo.” Ojalá si me paran para pedirme limosna no tuviese que buscar excusas por no tener dinero, sino que pudiese decir como San Pedro: “No tengo oro ni plata, te doy lo que tengo”. Ojalá al ver a un cristiano el otro pensase (y fuera verdad), este me ama por encima de lo que soy, aparento o dicen de mi. Ojalá al ver aun cristiano viésemos a Cristo. Yo cada día me siento más nada, un pobre y tonto cura cojo y ojalá me viese cada día más Cristo. ¿Y vosotros?
Nuestra Madre la Virgen podía mirar al Mesías, carne de su carne y sangre de su sangre, ejerciendo su redención desde la cruz, al verdadero y auténtico Mesías. Que ella nos mantenga así, junto a la cruz, para ser cada vez más de Dios.