Construir una parroquia es una tarea no exenta de alegrías, ilusiones, peleas, disgustos y problemas. Pero si construir el edificio suele ser problemático, el ver cómo las personas van a acudiendo a la parroquia, como se forman los nuevos grupos, como algunos vuelven a la Iglesia después de unos años de ausencia, el bautizar a montones de criaturas y formar a cientos de niños para recibir a Cristo en la Eucaristía es una verdadera alegría. Las cosas siempre nos gustan. Es una pena cuando en el coche se acaba el “olor a nuevo”, o cuando la vitrocerámica pierde su brillo (por mucho que digan los anuncios, lo pierde). Lo antiguo no nos gusta demasiado, el olor a viejo, lo rancio, lo resabiado parece que nos entristece, que nos resta impulso para seguir y nos encierra un poco en la apatía.
«No recordéis lo de antaño, no penséis en lo antiguo; mirad que realizo algo nuevo; ya está brotando, ¿no lo notáis? Abriré un camino por el desierto, ríos en el yermo, para apagar la sed del pueblo que yo formé, para que proclamara mi alabanza.» No me gusta nada cuando a lo católico lo califican de “conservador”. ¿Conservador de qué? ¿De anchoas?. No, el cristiano católico no se conforma con recibir una tradición y guardarla en un frasco. El cristianismo es vida que se renueva cada minuto, que late al ritmo del corazón enamorado de Cristo. No lucha por mantener unas tradiciones vacías, sino por acercarse a Aquel que hace nuevas todas las cosas. Desde luego hay tradiciones, incluso milenarias en la Iglesia, que se repiten pero porque están vivas y aquellos que participan de ellas siguen recibiendo un hálito de vida divina. Pero no se conserva lo muerto, sólo lo que lleva a la resurrección. El “sí” diario y confiado a Cristo en nuestra vida hace que cada momento sintamos que “Él nos ha ungido, él nos ha sellado, y ha puesto en nuestros corazones, como prenda suya, el Espíritu.” Espíritu Santo innovador, que hace todo hermoso, que impulsa a vivir y a dar la vida por la Vida.
«¿Por qué pensáis eso? ¿Qué es más fácil: decirle al paralítico «tus pecados quedan perdonados» o decirle «levántate, coge la camilla y echa a andar»? Pues, para que veáis que el Hijo del hombre tiene potestad en la tierra para perdonar pecados … » El pecado es lo viejo, es lo caduco, lo rancio…, por muy divertido que les parezca a algunos. El pecado nos entristece, que nos resta impulso para seguir y nos encierra un poco en la apatía (me he repetido aposta). Por ello el perdón de los pecados, que nos muestra la divinidad de Jesús y el tesoro que deja a la Iglesia en el sacramento de la reconciliación, es lo más novedoso del mundo. Muchos lo viven con tristeza, con angustia e incluso con rutina, como si nada cambiase. Esos no se han enterado de nada. La confesión no nos hace volver al pasado, al estado de antes de pecar, sino que nos dirige al futuro, a la vida divina que estamos llamados a vivir. No es un borrón y cuenta nueva, es hacer nueva nuestra vida desde la gracia de Dios- Uno tiene que salir renovado, alegre, con ganas de llevar el mundo al corazón de Dios. Todo es nuevo en nuestra fe y, cuanto más tiempo pasa, más nuevo. Así son los misterios de Dios.
La Virgen nos ayudará a descubrir la eterna novedad de Dios y, por lo tanto, nuestra eterna novedad. «Nunca hemos visto una cosa igual.»