Lo de romperse la tibia y el peroné empieza a ser contagioso. Ya somos tres en la parroquia en lo que va de año. Da igual que seas sacerdote, médico o comercial nos hemos quedado atados a nuestras muletas y atornillados en nuestros huesos. Compartir la misma enfermedad o dolencia crea una cierta complicidad. Cada uno sabe lo que le ha dolido, pero hay pequeñas cosas que compartimos: dificultades para lavarse, para ir a por un vaso de agua, las rampas que con dos piernas parecen pequeñas, el dolor de brazos cada vez que das un paso con las muletas. Son pequeñas o grandes dificultades que hay que ir superando y usando el ingenio para superarlas. Agarrados a las muletas todos somos iguales: bastante torpes y lentos. Hay que aceptar las limitaciones y esperar que los médicos hagan bien el trabajo y uno sea obediente a lo que le dicen.

“«¿De qué discutíais por el camino?» Ellos no contestaron, pues por el camino habían discutido quién era el más importante. Jesús se sentó, llamó a los Doce y les dijo: -«Quien quiera ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos.»” Si somos sinceros reconoceremos que ante Dios nunca podremos ser importantes. No tenemos nada, ni podemos nada, que impresione a Dios. Nuestro único mérito para ser importantes es que Dios nos quiere, nos quiere tanto hasta entregar a su Hijo por nosotros. Por lo tanto yo seré importante en tanto en cuanto me deje querer por Dios, no cuando le demuestro nada. Por eso ante Dios ya puede ser uno Obispo, ministro de exteriores, propietario de un banco, profesora de educación especial o botones en un hotel. Nuestra importancia no viene por nuestros títulos, a no ser del título de hijo de Dios que recibimos gratuitamente en el bautismo.

Desde este punto de vista las palabras del Apóstol Santiago cobran sentido: “Someteos, pues, a Dios y enfrentaos con el diablo, que huirá de vosotros. Acercaos a Dios, y Dios se acercará a vosotros. Pecadores, lavaos las manos; hombres indecisos, purificaos el corazón, lamentad vuestra miseria, llorad y haced duelo; que vuestra risa se convierta en llanto y vuestra alegría en tristeza. Humillaos ante el Señor, que él os levantará.” El diablo nos lleva a la soberbia de poner delante el “Yo”, y detrás Dios y los demás. Acercarse a Dios es ponerle a Él delante, y entonces descubrimos nuestra importancia. A pesar de que nos cuesten las cosas más sencillas -parece que llevemos muletas en el alma-, el Espíritu Santo nos va dando ingenio y paciencia para vivir nuestra vida desde Cristo.

Mañana comenzamos la Cuaresma. No pensemos la de cosas que vamos a hacer en estos días, empecemos como niños débiles, pequeños y más bien torpes, pero de la mano de María avanzaremos poco a poco hacia Dios, y Él correrá hacia nosotros. Eso sí que es ser importante.