Cuando hablas con muchas personas hay momentos en que tienes que ponerles frente a su libertad. Puede parecer lo normal, hacer uso de nuestra libertad, pero muchos buscan que los actos no tengan consecuencias, se conviertan en indiferentes. Es decir, que uno se quiere acostar con su novia pero que no le afecten las consecuencias en su relación y si viene un hijo nos lo cargamos…, pero que no nos deje ninguna huella. Otros quieren cambiar de cónyuge como si fuera de calcetines, pero sin que les afecte en su día a día. Otros quieren dejar de practicar su fe, pero sin dejar igualmente creyentes. Así cada ejemplo que se te pueda ocurrir.
“Mira: hoy te pongo delante la vida y el bien, la muerte y el mal.” Nuestra fe nos enfrenta radicalmente con nuestra libertad. Para vivir como creyente hay que ser plenamente libre y poner en juego la libertad cada instante de nuestra vida. Podemos elegir el bien o el mal, seguir las indicaciones del Espíritu Santo o ignorarlas. Dios nunca nos obligará. Como usamos tanto la libertad la amamos mucho. Y sabemos que nuestros actos tienen consecuencias, por eso hay que pedir luces para elegir bien.
«El que quiera seguirme, que se niegue a sí mismo, cargue con su cruz cada día y se venga conmigo. Pues el que quiera salvar su vida la perderá; pero el que pierda su vida por mi causa la salvará. ¿De qué le sirve a uno ganar el mundo entero si se pierde o se perjudica a sí mismo?» Jesús no obliga a nadie, hasta uno de sus apóstoles le abandonó y traicionó. Como tantas veces hacemos tu y yo. Y pudo hacerlo porque era libre, aunque usase mal su libertad. Cuando uno ve claramente el bien suele seguirlo. Si nos diésemos cuenta de lo que perjudica el pecado rechazaríamos ganar el mundo entero . Hay que saber elegir.
La ceniza que ayer se impuso sobre nuestra cabeza ya habrá desaparecido, pero no puede desaparecer es nuestro espíritu de conversión. Ese espíritu es aprender a elegir, a decir que no a todo lo que nos aparta de Dios y de la caridad y decir que sí a todo lo que nos ayude a seguir a Cristo más de cerca, aunque sea “padecer mucho, ser desechado por los ancianos, sumos sacerdotes y escribas, ser ejecutado y resucitar al tercer día.” Jesús es el paradigma de la libertad, del que sólo se mueve por amor a su Padre Dios y ese mismo amor lo derrama sobre nosotros con la entrega de su vida y el don del Espíritu Santo.
Tenemos que elegir, cada día, en cada situación. Ojalá tengamos el buen criterio de la Virgen de hacer siempre y en todo la voluntad de Dios.