El tiempo no deja de ser curioso. Cuando lo vivimos nos parece en ocasiones interminable, cuando lo contemplamos se nos hace muy corto. Son las expresiones: “hasta cuando” y el “ha pasado ya”. Me vienen a la cabeza personas que están pasando una situación complicada, más bien objetivamente mala, y día tras día se me quejan de las pruebas que dicen que Dios les pone. Son las personas del “hasta cuando”, cada día es una eternidad. A otras personas te las encuentras después de un tiempo y cuando te pones ha pensar hace cuanto que no te ves han pasado ya cinco, diez, quince años. Entonces es cuando dices  “han pasado ya” y te quedas asombrado. Es curiosa nuestra manera de medir el tiempo.

Así dice el Señor Dios: «Cuando destierres de ti la opresión, el gesto amenazador y la maledicencia, cuando partas tu pan con el hambriento y sacies el estómago del indigente, brillará tu luz en las tinieblas, tu oscuridad se volverá mediodía. El Señor te dará reposo permanente, en el desierto saciará tu hambre, hará fuertes tus huesos, serás un huerto bien regado, un manantial de aguas cuya vena nunca engaña; reconstruirás viejas ruinas, levantarás sobre cimientos de antaño; te llamarán reparador de brechas, restaurador de casas en ruinas.» El tiempo siempre tiene puntos de inflexión. En la cuaresma podemos pensar cuándo nos vamos a convertir de una vez, si será esta cuaresma o la de dentro de quince años. Pues el Señor por boca de  Isaías nos dice hoy cuando. Nos ha dicho lo que hay que desterrar, quitar de en medio, apartar de nuestra vida que retrasan nuestra conversión.

Pero además de ese trabajo propio hay otro hito fundamental. “En aquel tiempo, Jesús vio a un publicano llamado Leví, sentado al mostrador de los impuestos, y le dijo:- «Sígueme.» Él, dejándolo todo, se levantó y lo siguió”. No hay autentica conversión sin encuentro con Cristo. Sería imposible, sería querer ser bueno pero convertirse es querer ser santo. Estoy casi convencido que a cada uno el Señor nos ha dicho: «Sígueme.» Ya nos lo dijo en nuestro bautismo, tal vez se nos haya olvidado, pero Dios no lo olvida. Ahora hay que levantarse de la mesa y seguir al Señor. Si el Señor no nos hubiera llamado seríamos incapaces de levantarnos de nuestra rutina, seguiríamos pensando en nuestros pecados y encerrados en ellos. Pero el pecado y la debilidad ya no es una limitación: «No necesitan médico los sanos, sino los enfermos. No he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores a que se conviertan.»

Volvamos al tiempo. ¿Cuándo? Cuando decidamos levantarnos de nuestra mesa, de nuestra rutina diaria y seguir al Señor. Nos puede parecer que no llega nunca, hasta que nos dejemos que el Espíritu Santo entre sin obstáculos hasta el fondo de nuestra alma. Y de pronto pasarás a ser un “han pasado ya”. Estar con el Señor es como estar en casa. Desde fuera puede parecer incómodo pero uno se encuentra en su auténtica casa y los años de fidelidad pasarán sin darte cuenta.

¿Para qué esperar más? Hoy sábado pídele a la Virgen que hoy sea el día de nuestra conversión.