Resulta curioso, hay que confesarlo, que después de una alegría tan grande como es la del Nacimiento de Jesús la Iglesia celebre la muerte cruenta de un cristiano. ¿Acaso nos quiere aguar la fiesta? T. S. Eliot, en una obra de teatro titulada Asesinato en la catedral, y que trata de santo Tomás Bécket, sitúa una homilía de Navidad. En ella el obispo, que poco después será asesinado, recuerda como la paz que Cristo trae al mundo no consiste en una concordia superficial entre todos los hombres. No, se trata de la paz en la verdad. Y recuerda dos hechos de la celebración cristiana. El primero es que en Navidad la Iglesia celebra conjuntamente el Nacimiento y la muerte de Jesús, porque lo hace en la liturgia de la Misa, que rememora la entrega de Cristo en la cruz. Allí se une el dolor y la alegría. Eso sólo es posible en el misterio cristiano. Recuerda también que al día siguiente del nacimiento del Señor se celebra la muerte de Esteban y que eso no es casual.

San Esteban, antes de morir, pronuncia estas palabras: “Veo el cielo abierto y al Hijo del hombre de pie a la derecha de Dios”. Lo que Esteban ve es lo que nosotros sabemos por la fe: que la Encarnación ha puesto en relación el cielo con la tierra. Es decir, que a través de Jesús todo lo que hacemos aquí tiene entrada en el cielo. Quien yacía entre pajas ahora está sentado a la derecha del Padre. Es maravilloso. No sólo Dios viene a nuestro mundo (que es el suyo pero que tenemos la tentación de apropiarnos indebidamente), sino que nos abre las puertas del suyo.

Los que apedrean a Esteban lo hacen con rabia, de ahí ese grito estentóreo y esa crueldad. Porque Esteban testimonia un modo diferente de vivir y una paz que no es de este mundo. Es la que Dios da a los que le aman, la que anunciaron los ángeles a los pastores y la que encontramos en el corazón de la Virgen. Es la paz de que nadie nos puede quitar lo que Dios nos ha dado y que provoca la indignación de los que cierran sus corazones al amor de Dios. El odio al justo tiene algo de satánico. Es la indignación de Satanás al ver que otros entran en la felicidad que el mismo rechazó. De ahí esa animadversión truculenta, como vemos en el martirio de Esteban. Eso puede dar miedo, pero el Señor nos concede su paz si confiamos en Él.

Y aún hay otro detalle significativo. El libro de los Hechos señala la presencia de Saulo, que después será San Pablo, en el martirio. Él no participa directamente, se limita a guardar los vestidos de los verdugos y a contemplar la escena. Los Padres de la Iglesia subrayan ese hecho. Saulo llegó a la fe por la oración de Esteban. Es el poder de la plegaria. Y además nos instruye acerca del método. El camino para actuar en el mundo no sigue la línea recta. Nuestra oración sube hacia Dios y desde allí se realiza la obra e el mundo, aunque sea a través nuestro. Los cielos han sido abiertos para que la oración del hombre mueva el corazón de Dios. Lo hizo Esteban y es experiencia continua en la Iglesia. A veces queremos cambiar nosotros las cosas, sin ningún sacrificio. La paz que Dios nos da produce también la paciencia que enseña a esperarlo todo de Aquel que, sobradamente, ya nos ha manifestado su amor. No es una casualidad esta celebración de hoy. Muestra como el misterio de Navidad transforma la vida del hombre hasta la médula.