El Evangelio de hoy nos ilumina sobre las cosas importantes de la vida. Más en concreto sobre la única que es fundamental: encontrar a Cristo. Son muchos los que reconocen que encontrarse con Cristo ha cambiado su vida. También los hay que lo han rechazado abiertamente. Se comenta que Plutarco Elías Calles, que fue presidente de México y masón, dijo en cierta ocasión: “Tres veces me he encontrado con Cristo, y tres veces le he escupido en la cara”. Es una posición diametralmente opuesta a la que leemos hoy en el Evangelio. Simeón, en cuanto ve a María con el Niño en brazos, prorrumpe en un canto de agradecimiento y de alabanza. Podemos suponer que entre las dos posturas hay toda una constelación de reacciones intermedias.
Simeón esperaba el consuelo de Israel. Significa eso que su corazón no se había aquietado con ninguna realidad del mundo. Sabía que había más, y lo esperaba con ahínco. No se conformaba con menos. Cuando ve a Jesús se da cuenta de que se ha cumplido lo que se le había anunciado. Y entonces exclama: “Ahora, Señor, ya puedes dejar a tu siervo irse en paz”. Es un himno que cada día recitamos con el rezo de las completas.
Hay un dicho popular que señala que hay tres cosas importantes en la vida: plantar un árbol, tener un hijo y escribir un libro. Pero lo único importante es conocer a Cristo, encontrarse con Él y saber entonces que la vida ya está cumplida.
La beata Teresa de Calcuta explica un acontecimiento de su vida. En cierta ocasión recogió a un anciano de un arroyo. Estaba muy mal y no cabía duda de que iba a morir pronto. Dice la madre que estuvieron tres horas lavándolo, porque entre las llagas y la mugre se encontraban multitud de gusanos. Cuenta la madre que aquel hombre no se quejó a pesar de su situación. Dijo: “He vivido como un ánimal y muero contemplando el rostro de un ángel”. Y poco antes de expirar exclamó: “Me voy a casa, me voy con Dios”. Esa es una vida cumplida.
Juan Pablo II, en la Carta a los Ancianos, les recordaba que los últimos años de la vida, en los que habitualmente ya se han liberado de las cargas laborales y suele disponer de más tiempo, es importante dedicarlos a la oración. No parece casual que la vida humana conozca, por lo general, un lento declive que invita a prepararse para la muerte. Hay que saber aprovecharlo para una relación más íntima con el Señor.
En el mundo hay multitud de personas que buscan un encuentro con Cristo, aunque quizás no lo sepan. Su corazón está insatisfecho y en su interior late un deseo grande que sólo Dios puede saciar. Nosotros somos más afortunados. Conocemos la Encarnación de Jesús y sabemos que podemos encontrarlo en el Sagrario, conocerlo en los evangelios, unirnos a su sacrificio en la Misa y experimentar su presencia en la comunidad cristiana. Sabemos, además, que Él se hace presente en multitud de situaciones cotidianas. Por eso hemos de cantar con el viejo Simeón que ya podemos irnos en paz. Es una oración muy bella la de este varón santo y justo. Indica no sólo como iba a morir, sino también como había vivido. Su vida fue una espera incesante que encontro la recompensa.