Se hace muy raro celebrar la Santa Misa y no nombrar al Santo Padre. Cuando falleció Juan Pablo II lo nombrábamos en el memento de difuntos…, pero ahora es el silencio. Ayer me conmovió las imágenes que pude ver de la despedida de Benedicto XVI, me recordó a San Francisco pero en vez de irse quitando las ropas que su padre le había comprado se iba despojando de la vida que tenía hasta ese momento: deja tu casa, abandona tu ciudad, ves despojándote de tus honores, conviértete en un peregrino. Dentro de unas semanas habrá un nuevo Papa y a Benedicto XVI se le despojará de los titulares, de los periódicos, de las conversaciones, de las miradas del mundo. Tal vez el día que fallezca se haga una hermosa ceremonia, pero los “grandes” del mundo no irán,  la foto con un Papa emérito no venden, tal vez algún rinconcillo en los periódicos y unas cuantas fotos para llenar unas páginas, pero al día siguiente nada. Solo los que recemos por él, con el compromiso desde hoy de hacerlo todos los días, notaremos su ausencia. Para nosotros su silencio va a ser tan elocuente como sus palabras.

«¿No habéis leído nunca en la Escritura: «La piedra que desecharon los arquitectos es ahora la piedra angular. Es el Señor quien lo ha hecho, ha sido un milagro patente»? Por eso os digo que se os quitará a vosotros el reino de Dios y se dará a un pueblo que produzca sus frutos.» Si abres hoy la página web del Vaticano donde solía estar la foto de Benedicto XVI pone: “Apostolica sedes vacans” Sede apostólica vacante. Hoy en día la Iglesia puede ser esa piedra desechada por los arquitectos, a fin de cuentas es el cuerpo de Cristo. Nos quedan unas semanas por delante en que tendremos que leer (bueno, si uno quiere), y escuchar las majaderías más grandes sobre la Iglesia, las luchas de poder, los lobbyes esos tan manidos. Se verá la Iglesia desde muchos puntos de vista y casi ninguno desde el Espíritu Santo. Sin embargo si queremos escuchar la Iglesia nos está dando una lección de lo que es la piedra angular: Humildad, desprendimiento de sí, confianza en  la providencia, preocupación por los que están en ella y por los que están fuera, responsabilidad, oración. Se hablará de la Iglesia y mal, de cada uno de nosotros depende que la Iglesia hable bien al mundo. José fue envidiado por sus hermanos pero nunca les guardó rencor ni se vengó de ellos. La Iglesia que es madre, por mucho que la insulten o desprecien, tiene que seguir hablando bien a toda la humanidad, pues solo tenemos una buena Noticia que anunciar: a Cristo. Todo lo demás pasará.

No entremos en el juego de los cotilleos, murmuraciones, dimes y diretes. Una y otra vez anunciemos la misericordia de Dios con su pueblo. Que nuestro hablar sea la caridad y nuestra conversación sea principalmente con Dios o sobre Dios.

Que la Virgen acompañe a Benedicto XVI y haga de su oración el motor de la Iglesia, acompasada con la oración de cada uno e ilumine a los Cardenales electores en su decisión.