Ya tenemos calefacción, incluso demasiada calefacción. Ha coincidido su puesta en marcha con una subida de las temperaturas, y como todavía no se puede regular la caldera, hace demasiado calor. Eso no es malo, se va secando la construcción, pero hace unos días nos moríamos de frío y ahora tenemos que abrir las ventanas. La vida es curiosa, a lo mejor algunos de los que no venían a la parroquia porque hacía frío se quejen ahora del calor, los que buscan la situación perfecta no suelen encontrarla y son casi siempre desgraciados.
“Escuchad mi voz. Yo seré vuestro Dios, y vosotros seréis mi pueblo; caminad por el camino que os mando, para que os vaya bien. Pero no escucharon ni prestaron oído, caminaban según sus ideas, según la maldad de su corazón obstinado, me daban la espalda y no la frente”. El pueblo de Israel era el eternamente insatisfecho, nunca estaba a gusto. No se daba cuenta de lo más importante: Eran el pueblo de Dios. Con Dios no tenían nada que temer. Ni a los enemigos, ni a los malos tiempos, ni al abandono…, pero en cuanto estaban un poco satisfechos se olvidaban de Dios, no le escuchaban y le daban la espalda. Sin embargo Dios no les abandona y les sigue diciendo: “Yo seré vuestro Dios y vosotros seréis mi pueblo”. Dios nunca les abandona y en Jesucristo les invita a conocer la salvación plena…, pero querían seguir caminando según sus criterios: «Si echa los demonios es por arte de Belzebú, el príncipe de los demonios.»
Vivimos un momento crucial en la Iglesia. La elección del nuevo Obispo de Roma no compete sólo a los Cardenales, sino que implica a todo el pueblo de Dios, que tenemos que elevar fervientes ruegos y súplicas para que el Espíritu Santo ilumine a los Cardenales electores. Pero muchos quieren hacer de la Iglesia un reino en guerra civil para que vaya a la ruina y se derrumbe casa tras casa. Algunos medios de comunicación nos transmiten esa sensación, hablando de partidismos, facciones y divisiones dentro del Colegio de Cardenales y nos invitan a asistir como meros espectadores, como pueblo en manos de un tirano, que sólo puede contemplar lo que pasa, sin intervenir. Pero esos enemigos me preocupan menos, con ignorarles es bastante. Pero hay otro enemigo, el demonio, que está empeñado en acabar con la Iglesia. No lo hace mediante los grandes escándalos ni con titulares. De un tiempo a esta parte voy notando en mi vida y en la vida de muchos que habitualmente se confiesan y llevan una vida de piedad seria y un compromiso con su fe auténtico, que cuesta más llevar una vida coherente con la fe. La oración se hace cuesta arriba, las faltas de caridad van aumentando, el egoísmo se va abriendo camino, la pereza reclama sus fueros. Y lo dicen abiertamente: “No sé por qué me está costando mucho más rezar que antes.” Pues es el enemigo que quiere sembrar el mundo de mudos que no clamen a Dios por la Iglesia y por el mundo.
Como sabemos la causa es fácil poner el remedio: Cuando te vaya venciendo la pereza o se filtre en tu alma la desesperanza, mira al Señor y dile: “Por Ti, por tu Iglesia” y haz lo que tienes que hacer en ese momento. Notarás la Gracia de Dios que actúa en ti. El demonio se presenta como muy poderoso, pero no aguanta ni un poquito la fidelidad. Rezar por la Iglesia, por el Cónclave, por los Cardenales. Siempre hay que rezar, pero más en este tiempo. Que Santa María Madre de la Iglesia nos proteja, nos guarde y nos una.