Mañana empieza el Cónclave. Todos los católicos nos sentimos llamados a intensificar nuestra oración. Sabemos que Dios nunca deja a su Iglesia, pero también que Él cuenta con nuestras oraciones. De una manera misteriosa, cuando rezamos por la Iglesia se intensifica nuestra identificación con ella.

No sabemos quién será el próximo Papa ni cuanto durará el Cónclave. Pero sabemos que el Señor guía su Iglesia y que él conoce los tiempos. La historia nos ofrece muchas situaciones distintas y en sus lecciones descubrimos siempre lo mismo: que Dios no nos abandona y que todo lo dispone en bien de los que le aman.

La primera lectura de hoy nos anima a tener una mirada esperanzada sobre la historia. El profeta Isaías, anuncia a un pueblo que se siente derrotado, que nada escapa al designio del Señor. Y lo hace comunicando que todo se encamina hacia la restauración definitiva de todas las cosas según Dios. Se nos habla de un cielo nuevo y de una tierra nueva. Porque, a través de los acontecimientos concretos que nos toca vivir, Dios está preparando algo grande. Los contemporáneos del profeta entendían también que se iba a acabar la cautividad de Babilonia y que iban a poder regresar a sus casas. De ahí las referencias a una Jerusalén que será reconstruida y en la que encontrarán alegría y júbilo. Pero el texto profético apunta al final de la historia. Lo leemos durante el tiempo de Cuaresma también como una invitación a no desanimarnos en el camino de la penitencia y de la conversión. Tantas veces lo fiamos todo a nuestras solas fuerzas que pensamos que no podemos llegar. Pero aquí Isaías nos recuerda que es Dios quien tiene el poder de transformarlo todo y de llevar a su plenitud la vida en cada uno de nosotros.

Por otra parte en el evangelio de hoy se nos llama a tener una fe más allá de los milagros. Los milagros buscan confirmar nuestra fe, pero no son causa suficiente de la misma. La fe nace de la gracia y de la libre adhesión del hombre. En ningún caso actúa mecánicamente. A veces hay milagros notorios, pero también existen otros que pasan más desapercibidos. Es fácil que tengamos experiencia de alguna cosa importante y difícil que le hayamos pedido al Señor y que Él nos haya concedido. Son como caricias que Él nos hace. Por lo mismo los milagros se ordenan a acrecentar nuestra fe. De alguna manera la confirman.

Normalmente los santos se alegran cuando suceden hechos extraordinarios que se pueden atribuir a una acción especial de Nuestro Señor. No es porque vivan de los milagros, sino porque disfrutan viendo la acción de Dios en la historia y porque saben que eso hace bien a la proclamación del evangelio y de las almas. Pero no reducen su fe a esos episodios.

En estos días se nos llama a vivir una fe austera, en la que hay que estar atentos a lo que el Señor quiere. De hecho todos los acontecimientos, como la renuncia de Benedicto XVI o la elección del próximo Pontífice, hemos de ponerlos bajo la sabiduría de Dios. Eso supone para nosotros pedir un aumento de la fe, intensificar la oración y crecer en la esperanza. Dios está con nosotros, nunca deja a su Iglesia.

Que la Virgen María con su poderosa intercesión nos ayude a crecer en la fe.