Nm 20,1-13; Sal 20; Mt 16,13-23

¿Quién eres, Señor, dinos quién eres? Continuamente se lo hemos preguntado a Jesús, y, ahora, haciéndola a nosotros, nos mira. ¿Le da de pronto la curiosidad por saber qué se piensa de él, cuando vemos que nunca va preguntándolo por ahí a las gentes? Jesús está vertido hacia su Padre y hacia los que requieren de él una mirada de compasión, no al corretear detrás de todos para averiguar quién se dice que es. Hoy, como si le hubiera entrado una curiosidad que nunca ha tenido, pregunta: ¿Quién dice la gente que es el Hijo del Hombre? No, qué dice la gente de mí. Ya en la pregunta hay algo que nos planta la cuestión en otro lugar distinto, puesto que se denomina a sí mismo Hijo del hombre, título profético que encuentra en el libro de Daniel, aunque algunos aseveran, sin más, que es una manera de decir hombre. No importa, pues en este caso significaría la pregunta quién es este hombre, desapegando la cuestión de cualquier movimiento de fisgoneo. No tanto quién soy yo, pues lo que quiere hacer notar es su singularidad, encauzada, sin duda, en la línea de los profetas. Por eso, la interpelación tiene mucha miga. Se ve por la respuesta de los discípulos: Juan, el Bautista cuya cabeza ha sido segada por Herodes, Elías, cuya vuelta todo Israel esperaba, dejando siempre un sitio vacío en la mesa de Pascua, Jeremías, cuya figura se personaliza como en ningún otro, o alguno de los profetas. La respuesta toma la pregunta en su calidad temática. ¿Qué relación tengo con el que ha de venir?, ¿soy yo, o debéis esperar a otro? No es un merodeo lleno de descaro de quien busca encontrarse al mirar el espejo para poder decirse: mecachis, qué guapo soy. Una pregunta que plantea el cumplimiento en Jesús de lo apuntado en las Escrituras. ¿Cómo y en quién se da ese cumplimiento?, ¿será un eslabón más de lo venidero, que llega y pasa?

Y vosotros, ¿quién decís que soy yo? No hay curiosidad de merodeo. Ya no emplea una fórmula profética, o ambigua, para referirse a sí mismo. Ahora la cuestión es clara: ¿Quién decís que soy yo? Toca el centro mismo de cada uno: qué dices tú. Se refiere a su persona: que soy yo. Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo. Tal es la respuesta impetuosa de Pedro, siempre Pedro. La respuesta contiene ese tú que se refiere a la misma persona de Jesús, que está ahí delante de ti, a quien puede tocar con sus dedos, cuya mirada cubre su mirada. Mirando a los ojos a Jesús, le digo con Pedro: tú eres. No hay fórmulas envolvedoras, sino la tranquila posesión de las miradas que se encuentran: tú eres el Mesías esperado; a partir de ahora, habiéndote encontrado a ti, que me llamaste a tu seguimiento, ya no necesito buscar más, pues tú eres el camino definitivo que nos lleva al Dios invisible, pues eres el Hijo de Dios vivo. Incluso esta fórmula es nueva, marca la línea de acercamiento en la persona de Jesús al Dios vivo. La búsqueda de cumplimiento de lo pronunciado en las Escrituras, se hace realidad pronunciada frente a frente: Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo. En la persona de Jesús, que nos hace la pregunta respondida por Pedro en nombre de todos los creyentes, piedra sobre la que el Señor edificará su Iglesia, se nos ofrece todo de parte de Dios.