Muchas veces me preguntan si uno de los grandes problemas del clero es la soledad. Les respondo que sí…, me es muy difícil encontrar momentos para estar solo. Comprendo que otros tengan el problema contrario, pero yo me paso casi todo el día con gente en la parroquia. ¡Por fin, un rato de soledad! Es mi grito vacacional. Cada año deseo más los días de ejercicios espirituales en los que no tengo que hablar con nadie. No es que uno sea especialmente arisco, pero hace falta estar solo de vez en cuando. Y a la vez es una gran alegría saber que no estás solo, que siempre hay personas a tu alrededor que te quieren y te aprecian y te ayudan a seguir a Cristo. Muchas veces los maridos (también las mujeres, pero más los maridos), esperan con ilusión estos días de vacaciones en que tal vez la mujer y los niños se van unos días antes al lugar de veraneo, pensando en lo bien que van a estar cuando tengan toda la casa para ellos…, y a la tarde siguiente no saben estar solos. Bendita compañía.
“Si tu hermano peca, repréndelo a solas entre los dos. Si te hace caso, has salvado a tu hermano. Si no te hace caso, llama a otro o a otros dos, para que todo el asunto quede confirmado por boca de dos o tres testigos.” ¡Cómo nos duele que nos corrijan! Es de las cosas que peor se lleva habitualmente. Hay que ser muy humilde para no dejar de sonreír por dentro y por fuera cuando te hacen una corrección. Pero cuando nos corrigen es una gracia de Dios. Una cosa es criticar (que se suele hacer a la espalda, aunque también se puede hacer de frente), y otra corregir. Cuando te corrijan no te enfades. Piensa que esa persona ha estado pensando en ti y en tu salvación (o en que mejores como persona, o laboralmente o en lo que sea). Ha pensado en ti, si es cristiano lo ha llevado a la oración y ha pedido luces al Espíritu Santo para tener las palabras adecuadas y te lo dice porque te quiere y quiere tu salvación. Dicen algunos estudios que el vivir como mendigo, solo, en la calle, se puede hacer crónico en unos pocos meses y luego es muy difícil el volver a una vida “reglada”. Esa si es la soledad, en la que nadie les corrige sus defectos, sus manías ni su olor corporal y ay no admiten que nadie les quiera y les ayude a cambiar. En ocasiones nos hacemos vagabundos del alma, autodidactas de la virtud y creativos de la vida. No admitimos que nadie se meta en nuestro interior y el Espíritu Santo llama a nuestra alma por mano de otros…, pero no le abrimos. La peor pena en la Iglesia es la excomunión, es decirle a alguien: “Mira bonito, no te dejas ayudar, te estás encerrando en tu soledad y no quieres acercarte a tu Madre que es la Iglesia.” La Iglesia está deseando que vuelvas, pero eres tú el que no quiere abrir la puerta a la Iglesia.
Da gracias a Dios de no estar solo. Busca momentos de intimidad con el Señor (nunca de soledad), para cambiar tu vida y para acercar a los demás a Cristo. Y de la mano de María no tengas miedo a corregir con cariño –aceptando las diferencias de cada uno en lo opinable que es mucho-, para que los demás se sientan también acompañados por las personas que le quieren para Cristo.