Hoy en centenares, miles, de pueblos de España y del mundo celebran fiestas en honor de la Fiesta de la Asunción de la Virgen María en cuerpo y alma a los cielos. Se engalanan las calles, se preparan procesiones y se crea un ambiente festivo. Tristemente el ambiente festivo en muchos sitios se reduce a una banda de música y sobre todo a la cantidad de litros de alcohol que uno es capaz de ingerir. Muchas veces, tristemente, he oído a los jóvenes decir: “Vamos a preparar las fiestas” y esa preparación consiste en ir al centro comercial y llenar el maletero de todo tipo de bebidas espirituosas…, el hielo se comprará más tarde en la gasolinera. Al día siguiente en las procesiones la juventud suele brillar por su ausencia pues está durmiéndola. Hasta tal punto que este año me he encontrado con varios que no sabían por qué era fiesta el jueves ni qué se celebraba…, aunque eso sí, el maletero del coche ya está lleno. El final de las fiestas suele ser mucho sueño y poca o ninguna actividad religiosa. Es una verdadera lástima, cuando la Iglesia invita a mirar al cielo, a nuestra Madre la Virgen María, bajamos la vista para ver qué hay en el mostrador.
“Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador; porque ha mirado la humillación de su esclava.” Hoy toda la Iglesia entona el Magníficat junto con María. Lo cantarían los ángeles cuando con delicadeza subirían el cuerpo de la madre del Redentor hasta su Hijo, su Padre y su Esposo y en cuerpo y alma nos acoge a toda la humanidad en sus brazos maternales. Mirar la humillación de María y mirar su gloria en el cielo nos hace levantar la vista de la barra del bar y mirar al cielo. Aspirar a metas altas. Creo que es una de las carencias de nuestro tiempo, aspirar a metas altas. Nos tienen agobiados con llegar a fin de mes, con la prima de riesgo, con la situación laboral, con los exámenes del trimestre, con la subida o bajada de los carburantes o el resultado del partido de fútbol. Ojalá hoy todo el mundo alzásemos la vista., mirásemos al cielo y tengamos metas altas: metas de estar con María, de llegar al cielo: “cada uno en su puesto: primero Cristo, como primicia; después, cuando él vuelva, todos los que son de Cristo; después los últimos, cuando Cristo devuelva a Dios Padre su reino, una vez aniquilado todo principado, poder y fuerza”.
Las metas altas no son ideales o utopías. Las metas altas se concretan en el día a día. Cuando uno aspira a más sabe que cada momento puede amar más, puede servir más, puede entregarse más, puede alegrarse más. Los tropiezos y dificultades de cada día no te frenan, sino que te llevan a tener más impulso, a rectificar el camino, a volver a empezar con alegría. Lo decía Benedicto XVI en la clausura del encuentro mundial de las familias de 2012: “Queridos esposos, cuidad a vuestros hijos y, en un mundo dominado por la técnica, transmitidles, con serenidad y confianza, razones para vivir, la fuerza de la fe, planteándoles metas altas y sosteniéndolos en las debilidades. Pero también vosotros, hijos, procurad mantener siempre una relación de afecto profundo y de cuidado diligente hacia vuestros padres, y también que las relaciones entre hermanos y hermanas sean una oportunidad para crecer en el amor”.
Metas altas, no nos quedemos en pequeños proyectos que no llenan la vida ni el alma. De la mano de María siempre vamos hacia el cielo, hacia Cristo, hacia lo más alto. No tengamos miedo a aspirar a lo mejor. A ser santos, a vivir eternamente con Cristo a proclamar con María la grandeza del Señor.