Uno de los grandes logros de la modernidad ha sido el que se consideren avances o conquistas sociales todo lo que vaya contra la fe y la moral de la Iglesia. Bajo la capa del “respeto” por todos los grandes progresos sociales (aborto, divorcio, eutanasia, ideología de género,…), te están diciendo: “No, si a nosotros no nos importa que usted sea católico, incluso que practique su fe…, pero está usted más anticuado que los pantalones de campana. Puede usted quedarse ahí –eso sí, sin molestar-, pero sepa usted que es inevitable que usted avance y llegará hasta donde estamos nosotros. El futuro, el progreso está con nosotros y es imposible que vayamos hacia ustedes pues sería retroceder.” Y así, con guante blanco, comienza el combate de boxeo en que te vapulean por un lado y por otro, esperando que tiremos la toalla y demos por finalizado el combate. Es una gran tentación quedarte sentado en la esquina, mirando como el contrincante levanta los brazos en señal de victoria, te duele, pero al menos no te pegan. Pero no seamos tonto, ese combate no se gana con una victoria reconocida, sino que se salda con la desaparición del contrincante, cuando pidas perdón por haberte atrevido a existir, por haber abierto la boca contra la tolerancia y decidas salir afuera a suicidarte discretamente. La secuencia lógica de derechazo con el divorcio, izquierdazo con el aborto, patada en la entrepierna con la eutanasia, golpe bajo con la fecundación in vitro, mientras te dan de patadas con las diferencias sociales, la injusta distribución de las riquezas, etc. Etc. Etc.., puede hacer que pensemos en tirar la toalla y recluirnos en nuestra capilla de invierno. Pero no pararán hasta que nuestra capilla sea una ludoteca.

«Si ésa es la situación del hombre con la mujer, no trae cuenta casarse.» La réplica de los discípulos se está haciendo hoy realidad. Cada vez más gente no se casa, simplemente se juntan durante el tiempo que dure. Le dicen a la Iglesia “¿Qué más da un papel si lo importante es el amor?” Eso es tirar la toalla. El “papel” no sólo significa estar en un archivo, sino la demostración pública de que se reconoce el amor como un don eterno venido de Dios. No es fruto de nuestras apetencias, gustos, situación anímica o salud. El sacramento hace que el don se comparta con toda la humanidad y se muestre en todo su esplendor. Porque en este “combate de boxeo” nosotros no respondemos con golpes. Si nos atizan con el divorcio, pediremos al Señor ser más fieles y felices que nunca en nuestro matrimonio. Si es con el aborto tendremos más hijos, aunque haya que apretarse un poco el cinturón y no lanzarse de lleno a esta sociedad de consumo de cosas. Si nos dan con la eutanasia cuidaremos con más esmero de nuestros mayores y de los enfermos, como nuestro tesoro. Si se siguen aumentando las diferencias sociales, trataremos a todos como hermanos y compartiremos con alegría nuestros bienes. Si la sexualidad es algo banal, seremos castos para guardarla como un don precioso. Si se tiene miedo al amor, al Amor, amaremos más y mejor, con más entrega.

No podemos ni queremos tirar la toalla. Como en las películas en las que el boxeador está a punto de rendirse, en las que ha recibido más golpes que una estera y en ese momento ve a su hijo, a su mujer, a quién sea por quien está luchando, y se levanta y gana el combate, nosotros miramos a Cristo y a su Madre y recordamos que esta lucha no es nuestra. Jesús ya venció este combate y en el corazón de todo hombre está el ansia de eternidad, de amor, de entrega, de alegría que sólo despertará si lo ve en los cristianos, en ti y en mí. Así que la toalla para secarse el sudor y seguir por este combate de la fe.