Comenzamos a escuchar en las lecturas la historia de algunos jueces del pueblo de Israel. Hombres y mujeres que –fieles al Señor-. Van salvando a su pueblo de los enemigos y hacen que vuelvan a la fe en el Dios de sus padres. No les dura demasiado, pero mientras hay un juez el Señor no se olvida de su pueblo, en cuanto desaparece el juez el pueblo se olvida de Dios. Suelen ser biografías (aunque no les guste a los biblistas llamarlo así, a mí sí me gusta), apasionantes: con intrigas, luchas, victorias, derrotas… y la misericordia de Dios que va llenando la historia. Pueden parecer vidas con poco fruto, pues acabada su existencia el pueblo se vuelve a otros dioses, hasta que piden un rey, pero dejan su huella profunda en la historia de la humanidad.

En aquellos días, el ángel del Señor vino y se sentó bajo la encima, de Ofrá, propiedad de Joás de Abiezer, mientras su hijo Gedeón estaba trillando a látigo en el lagar, para esconderse de los madianitas.

El ángel del Señor se le apareció y le dijo: -«El Señor está contigo, valiente.»

El “valiente” estaba preparándose para esconderse. Curiosa paradoja. Pero su valor no vendrá de su fuerza o de su seguridad en sí mismo. Gedeón vencerá con trescientos por la confianza en Dios, no por la confianza en sus hombres.

Os aseguro que difícilmente entrará un rico en el reino de los cielos. Lo repito: Más fácil le es a un camello pasar por el ojo de una aguja que a un rico entrar en el reino de Dios.» El rico pone su confianza y su futuro en sus riquezas, así lo veíamos ayer con el joven rico. Y en ocasiones pude pasar que pongamos  la confianza y el futuro de la Iglesia en los ricos o poderosos…, y nos desentendamos. Con la tonta excusa de “yo no soy nadie,” revestidos de falsa humildad y modestia podemos pensar que sean otros los que evangelicen o saquen a la Iglesia adelante. Y así no son los planes de Dios. Dios puede estar concediéndonos Papas santos durante el siglo XX y XXI, pero ellos solos no podrán hacer la labor de la Iglesia. Podremos pensar en instituciones, órdenes religiosas, movimientos…, pero ellos solos no harán toda la labor de la Iglesia (hoy, San Bernardo, podemos pensar en la vida de Los Templarios, pasó de ser la orden militar más poderosa a desaparecer). Dios seguirá suscitando jueces en medio del mundo entre la madre de familia, la anciana piadosa, el funcionario trabajador, el sacerdote con cinco parroquias, la pequeña empresaria, el mendigo de la puerta de la parroquia…, Dios seguirá contando con lo que no cuenta. Podríamos decir que un Papa es más grande cuanto más humilde es y Dios seguirá sacando primeros de los últimos e irá colocando los últimos a los primeros.

Por eso no nos desentendamos de la vida de la Iglesia y de la evangelización del mundo dejándolo en manos de otros. El Señor cuenta contigo y aunque no tengamos la fuerza de Sansón tendremos la gracia para derribar las columnas más firmes de la indiferencia y el desprecio a Dios.

María, podríamos decirlo así, es la jueza definitiva. Ella siempre nos vuelve hacia su Hijo con más fuerza que todas nuestras reticencias, que ella nos conceda la gracia de ser fieles cada día para dejarlo todo y seguir al Señor.