En principio cada uno de vosotros estáis delante de vuestro ordenador/computadora, Smartphone o Tablet leyendo este comentario, por lo que puede parecer que tiro piedras contra mi propio tejado. Lo bueno, y lo que hemos defendido siempre los que hemos escrito estos comentarios, es que no los firmemos, simplemente hacemos por escrito un rato de oración sobre el Evangelio del día. Pero con tanto medio digital estoy hartándome de blogs, páginas, podcast y demás referentes a la Iglesia. La maldita curiosidad nos lleva a visitar una y otra vez esas páginas, de un lado y de otro, con la excusa de estar enterados. Lo difícil de estas páginas es que las firma gente y se van convirtiendo en la opinión de Fulano o Mengano. La Iglesia se va convirtiendo en un cotilleo entre buenos y malos y malos y buenos (según el lado desde el que lo miren) y uno acaba siendo muy eclesiástico y podo eclesial. Voy poniéndome de penitencia el visitar cada vez menos esas páginas y, aún a costa de ser un desinformado, amar más a la Iglesia con hecho. De poco me importa saberme la vida y milagros de D. Crispúnculo Obispo si no rezo por él.
“Felipe le contestó: -«Ven y verás.»
Vio Jesús que se acercaba Natanael y dijo de él: -«Ahí tenéis a un israelita de verdad, en quien no hay engaño.»”
Celebramos hoy a San Bartolomé. Cada fiesta de los apóstoles nos recuerda la necesidad de rezar por nuestros Obispos y de pedir por ellos. ¿Qué le pido yo a mi Obispo? Que sea un hombre de Dios y lleve a los hombres a Dios. Que sea un Obispo de verdad, en el que no hay engaño. ¿Qué no es buen administrador? Pues ya elegirá a un grupo de personas (principalmente laicos, que son los que saben de esas cosas, para administrar bien y pastoralmente. ¿Qué no es especialmente simpático? Pues la Gracia de Dios suplirá la gracia humana. ¿Qué no es hombre de mando? Pues la caridad pastoral le hará poner cada cosa en su sitio para que nadie impida a otros conocer el amor de Dios. Varias veces al día rezamos por nuestro Obispo, en especial en la Misa, pero sería estupendo hacerlo de forma consciente y más veces. No es sencillo ponerse en su lugar. Pedirle que ame a su Diócesis, grande o pequeña, como el esposo ama a la esposa, como Cristo ama a su Iglesia. Que no busquen el aplauso ni la aprobación de cuatro periodistas, sino de Dios. Que se encuentren con los más pobres y les puedan decir: No tengo oro ni plata, te doy lo que tengo, a Jesucristo. Que quieran a sus curas y quieran que sean santos y les ayuden a serlo. Que se gasten y desgasten en el servicio a la Iglesia y siempre tengan una sonrisa en sus labios. Y si le pido a Dios eso tendrán que contar con mi ayuda, mi oración y mi colaboración. En mi caso, como sacerdote, con toda mi vida y mis facultades, en el de los que no sois sacerdotes con vuestra oración y afecto. Si uno dedica más tiempo a criticar a su Obispo que a rezar por él no va por buen camino.
El Papa Francisco va encandilando por donde pasa pues Dios le ha concedido muchos de estos dones. No podemos dejarle solo, mirando a ver qué hace. Y tampoco tenemos que dejar solo al Obispo, aunque de vez en cuando lo pase mal y no tenga el mejor carácter del mundo ni acierte siempre en sus decisiones.
Santa María, Reina de los Apóstoles, ayuda a todos los Obispos del mundo a ser columnas de la Iglesia y que nosotros no seamos una carga demasiado pesada.