“Hermanos míos, teneos por muy dichosos cuando os veáis asediados por toda clase de pruebas.” Comenzamos hoy a proclamar la carta del Apóstol Santiago en las lecturas de la Misa. Tal vez una de las más desconocidas del Nuevo Testamento y que más nos conviene en esta época (y en todas). Recomiendo vivamente adelantarse y leérsela en la Biblia en vez de esperar a ver si nos da tiempo a escucharla entera antes de empezar la cuaresma. La carta de Santiago nos recuerda el día a día de la fe, desde la constancia en las pruebas hasta saber guardar la lengua, pasando por la caridad y las obras. Y es que la fe es vida y la vida puede ser de fe. No sólo para algunos momentos, o para nuestros ratos piadosos. La fe es para vivir y mirar alto, muy alto. Mucho más arriba que los simple éxitos sociales o el aplauso de los fans. Sólo desde la verdad de Dios se puede decir: “El hermano de condición humilde esté orgulloso de su alta dignidad, y el rico, de su pobre condición, pues pasará como la flor del campo: sale el sol y con su ardor seca la hierba, cae la flor, y su bello aspecto perece; así se marchitará también el rico en sus empresas.” Para unos será una locura, pero pobres ricos que sólo ponen su confianza en lo material.
Los fariseos pedían un signo así a Jesús. Un signo de poder, de éxito, de triunfo humano. Y ese signo, mirando a la cruz, no existe. Hoy y siempre, como en tiempos de San Lorenzo, la Iglesia tiene su poder en los humildes. Me hace mucha gracia cuando se habla del poder de la Iglesia y hablan del Vaticano. ¿A quién le va a importar un estado más pequeño que Andorra? Y aunque manejase más dinero que Arabia Saudí no sería problema para un mundo que tiene las riquezas tan mal repartidas un estado tan pequeño y desorganizado. No, la Iglesia asusta por tantos y tantos que descubren los signos de Dios, que no son los del mundo. Los que creen en que cada hombre está llamado ala inmortalidad y cada persona vale toda la sangre de Cristo. Que no tienen miedo a vivir pruebas por su fe pues no buscan su salvación, sino la salvación del mundo entero que salió de las manos de Dios y a Él volverá. Gente que puede mirar al dinero, el gran ídolo del mundo, y despreciarlo pues sabe que no tiene la última palabra. Personas que pueden esconderse del éxito y vivir en su convento, en su familia, en medio de sus compañeros de trabajo, sin pedir el aplauso, pero estando en primera línea del amor de Dios que cambia el mundo. Personas que tienen la sabiduría de Dios y no se desesperan, ni se deprimen, ni se aburren de vivir pues están hechos para la vida.
Puestos a buscar modelos para nuestra juventud yo pondría a nuestra madre la Virgen y ojalá los referentes de la sociedad actual la mirasen más a ella y eleven al cielo las esperanzas de todos los hombres.