“Le trajeron un ciego, pidiéndole que lo tocase. Él lo sacó de la aldea, llevándolo de la mano, le untó saliva en lo ojos, le impuso las manos y le preguntó: -«¿Ves algo?» Empezó a distinguir y dijo: -«Veo hombres; me parecen árboles, pero andan.» Le puso otra vez las manos en los ojos; el hombre miró: estaba curado y veía todo con claridad”. Parece que al Señor le cuesta este milagro, que este es un ciego recalcitrante, no como otros que el Señor había curado. Algo nos querrá decir el Espíritu Santo con esta especie de fallo en primera estancia del Señor.
Lo primero es que el ciego no lo pide, lo llevan otros a Jesús. Y Jesús lo saca de su aldea, del espectáculo y, llevándolo de la mano, se queda con él. Pero eso no basta, tiene que nacer la certeza en el ciego que puede ser curado, que empieza a ver aunque sea mal. Creo que muchas veces nos pasa en nuestra propia vida. En ocasiones podemos encontrarnos con personas, leer testimonios e incluso en la Sagrada Escritura que nos encontremos con algo que nos toca el corazón, pero que no es para comentarlo inmediatamente con otros. Que nos lleva a separarnos de los otros, de dar enseguida una opinión o hacer un juicio y el Señor nos lleva de la mano a estar solos con él. Pero todavía pensamos que eso les pasa “a otros”, que yo no puedo convertirme, que simplemente soy como soy. Escuchamos la Palabra de Dios como una palabra lejana, pero el Espíritu Santo nos da la gracia de vivir algún acontecimiento de nuestra vida con coherencia. Empezamos a intuir que todo tiene sentido. Y cuando volvemos a ponernos en manos de Cristo nos damos cuenta que la Palabra no está lejos: “Llevadla a la práctica y no os limitéis a escucharla, engañándoos a vosotros mismos, pues quien escucha la palabra y no la pone en práctica se parece a aquel que se miraba la cara en el espejo y, apenas se miraba, daba media vuelta y se olvidaba de cómo era”. Y cuando nos damos cuenta que nuestra vida tiene sentido desde Cristo y en Cristo entonces empezamos a ver claramente. y como nos hemos dado cuenta que todo es gracia no volvemos alardeando de lo que Dios ha hecho en mi, sino que volvemos a nuestra vida, igual pero nueva, y somos dichosos al poner en práctica la fe. “La religión pura e intachable a los ojos de Dios Padre es ésta: visitar huérfanos y viudas en sus tribulaciones y no mancharse las manos con este mundo”. Sin “cosas raras”.
María puede proclamar ante Isabel las grandezas que Dios ha hecho en ella y las vemos en su vida…, porque no hubo grandezas humanas, sólo divinas. Ojalá cada uno de nosotros no nos contentemos con ver borroso, viendo nuestra vida como yo veo los bancos de la Iglesia, a retales o retazos. No nos contentemos con unas gafas que nso quitamos cuando queremos. Sino que confiemos que el carpintero de Nazaret hará en nuestra vida una gran obra, tal vez humilde, sencilla y para que la gente se siente encima, pero sirviendo como Dios y la Iglesia quiere que sirvamos.