san Pablo a los Tesalonicenses 2, l-3a. 14-17  

  Sal 95, 10. 11-12a. 12b-13  

san Mateo 23, 23-26

 San Pablo se dirige a los tesalonicenses con una enseñanza clara: que se dejen de tonterías. A parecer se habían introducido algunas opiniones sobre el inminente regreso de Jesucristo y el fin de los tiempos. Por lo que dice la carta no faltaban supuestas revelaciones ni quienes apelaban a la misma autoridad del apóstol. San Pablo ha de intervenir para calmar los ánimos y corregir algunos abusos. Algunos, por ejemplo, habían dejado de trabajar pensando en la inminencia de la parusía. Una discusión más o menos bien intencionada, pero desordenada, les había llevado a tomar decisiones erróneas.

Del fragmento que hoy leemos podemos fijarnos en algunos aspectos. El primero son estas palabras: “Que nadie en modo alguno os desoriente”. En muchas ocasiones he observado cómo la gente pierde la paz y se mete en auténticos berenjenales por culpa de otros. Aparece alguien con una opinión o que dice saber no se sabe qué y ya la tenemos armada. Si san Pablo da ese aviso es porque nosotros somos responsables de saber a quien hacemos caso, a quien escuchamos. Por eso el Apóstol da un criterio muy claro: “manteneos firmes y conservad las tradiciones que habéis aprendido de nosotros, de viva voz o por carta”.

Es cierto que, en el hombre, existe también un desmedido afán de novedades. Incluso en los temas espirituales, y quizás especialmente en estos, hay un deseo de cosas nuevas, de interpretaciones originales, de descubrimientos sorprendentes… En el siglo XVIII en Inglaterra las señoras que se dedicaban a hablar de cristología mientras tomaban el té acabaron resucitando la herejía nestoriana. Quizás a los tesalonicenses les pasaba también algo de eso y gustaban de elucubrar. San Pablo al respecto es muy claro invitando a permanecer en la herencia de lo que han recibido.

Y el final del fragmento de hoy es precioso. En él el Apóstol pide la paz de corazón para todos los fieles. Pide una paz estable y verdadera que sólo puede venir de Dios por mediación de Jesucristo. Las inquietudes espirituales no pueden superarse con falsas soluciones, por extravagantes que estas sean. Nadie con nuevas doctrinas va a darnos la paz que deseamos y que constituye el gozo del alma. Sólo Dios puede hacerlo. Y eso es lo que el Apóstol pide para aquella gente que estaba agitada por tantos problemas (unos reales y otros ficticios). Pide que les consuele internamente.

La petición del Apóstol no queda ahí sino que la completa diciendo “y os dé fuerza para toda clase de palabras y de obras buenas”. Y aquí se completa la enseñanza. Porque la murmuración, el meter las narices donde no toca o el dedicarse a temas que nos sobrepasan nacen muchas veces de no estar en lo que corresponde. Por eso el Apóstol suplica que reciban fuerzas para obrar el bien. De esa manera desaparece casi todo el problema.