san Pablo a los Gálatas  5, 1-6 ,  

 Sal 118, 41. 43. 44. 45. 47. 48

san Lucas 11, 37-41

El Evangelio de hoy contrapone la justicia farisaica a la de Jesucristo. Es el mismo tema que encontramos en la primera lectura. Leído a años de distancia, y lejos de las costumbres del judaísmo, podríamos no ver su actualidad y sentido.

San Pablo escribe a los cristianos de Galacia. Estos habían recibido su predicación y se habían adherido a la Iglesia. Pero después llegaron unos, conocidos como judaizantes, que quisieron imponer a los conversos las antiguas ceremonias del judaísmo. El problema de todo ello es que hacían recaer la salvación en el cumplimiento de aquellos rituales y no en la fe en Jesucristo. De ahí las duras palabras de Pablo: “Los que buscáis la justificación por la ley habéis roto con Cristo, habéis caído fuera del ámbito de la gracia”.

El problema es bien simple. Aferrarse al cumplimiento de ciertas normas que garantizan la salvación, poniendo en ellas nuestra esperanza, nos impide abandonarnos totalmente en Jesucristo. Ello supondría olvidar que la salvación es operada por la gracia y siempre inmerecida. Este es un tema que siempre ha sido objeto de discusión en la historia de la Iglesia y que exige un justo equilibrio sólo posible bajo la moción del Espíritu Santo. Incluso cuando se escribe sobre ello hay que procurar ser muy cauteloso para evitar que se entienda algo distinto a lo que se intenta decir. Me parece que lo mejor es expresarlo por puntos:

-Nadie puede salvarse sin la gracia de Jesucristo. Ella es condición indispensable porque la salvación está más allá de nuestras fuerzas.

-Jesús, para salvarnos, quiere que lo elijamos libremente. Como dice San Agustín: “Dios que te creó sin ti no te salvará sin ti”. El hombre no es una marioneta sino alguien creado por amor y llamado a una amistad personal con Jesucristo. Nadie puede eludir la responsabilidad de decir sí a Dios.

-Al ser regenerados por la gracia estamos capacitados para ciertas obras: las de la caridad. Como el cristianismo es verdadera vida divina participada en nosotros, es lógico que el cristiano ejerza las obras de caridad. Sin ellas no se muestra la vida que se nos ha dado y se enfría la fe.

-Con todo, la vida de la gracia, que debe cuidarse, es imposible mantenerla sin el auxilio de Dios. Por ello existen los medios de la gracia, entre los que sobresalen los sacramentos. Ellos son necesarios para nuestra salvación.

-Todo esto sólo es posible en tanto mantenemos nuestra confianza en Dios. Lo peligroso es apropiarnos de nuestras obras y acabar creyendo que merecemos la salvación por nuestro actuar. Nuestro bien depende siempre de que somos sostenidos por Otro, pero nunca de forma mecánica sino contando siempre con nuestra libertad.

-La justicia de los fariseos lo que hace es cambiar el objeto de la seguridad. Ya no es Jesucristo sino las obras buenas que realizamos. Por eso abre una puerta muy peligrosa, que es la del orgullo. De esa manera nos apropiamos de la gracia de Cristo como si fuera nuestra y no un don del cielo.

-Podemos hacer cosas buenas, pero no cambiar nuestro corazón herido por el pecado. Eso sólo puede hacerlo Dios. De ahí la enseñanza del Evangelio de hoy.

Que la Virgen María, fiel cooperadora de la Obra de Dios, nos enseñe a abandonarnos en su Hijo y a ser fecundos en obras de caridad.