San Pablo a los Efesios 2, 1-10
Sal 99,2. 3. 4. 5
San Lucas 12, 13-21
“En aquel tiempo, dijo uno del público a Jesús: -«Maestro, dile a mi hermano que reparta conmigo la herencia. » Él le contestó: -«Hombre, ¿quién me ha nombrado juez o árbitro entre vosotros?» Y dijo a la gente: -«Mirad: guardaos de toda clase de codicia. Pues, aunque uno ande sobrado, su vida no depende de sus bienes.»” El codicioso tiende a ocultarlo, e incluso a ocultárselo. Es u pecado muy sutil, ya que da bastante vergüenza propia y es difícil de reconocer. A ver si me explico. El que se acusa de ser envidioso (y hace bien si lo es), en el fondo también está diciendo que hay gente que vive mejor que él, tiene más bienes o más cualidades. En el fondo uno está diciendo: “Fíjese lo pobrecillo que soy, es normal que envidie a estos”. La envidia parece que se auto-justifica. Sin embargo el codicioso es el que quiere tener más, acumular más, poseer más. Le sobra, lo sabe, y no tienen ninguna necesidad de continuar teniendo cosas; pero cierra sus ojos a las necesidades de los demás y quiere seguir juntando bienes. En el fondo sabe que son bien ciertas las palabras del Señor: «”Necio, esta noche te van a exigir la vida. Lo que has acumulado, ¿de quién será?” Así será el que amasa riquezas para sí y no es rico ante Dios.» El codiciosos sabe que es un necio, que la mortaja no tiene bolsillos, y por eso es tan difícil de reconocer. Lo justificamos con los apellidos de “necesidades” o de “previsión” para no reconocerlo. En el fondo es un pecado tan burdo que no queremos reconocerlo.
“Pero Dios, rico en misericordia, por el gran amor con que nos amó, estando nosotros muertos por los pecados, nos ha hecho vivir con Cristo -por pura gracia estáis salvados-, nos ha resucitado con Cristo Jesús y nos ha sentado en el cielo con él. Así muestra a las edades futuras la inmensa riqueza de su gracia, su bondad para con nosotros en Cristo Jesús. Porque estáis salvados por su gracia y mediante la fe. y no se debe a vosotros, sino que es un don de Dios; y tampoco se debe a las obras, para que nadie pueda presumir. Somos, pues, obra suya. Nos ha creado en Cristo Jesús, para que nos dediquemos a las buenas obras, que él nos asignó para que las practicásemos.” Este es el remedio contra la codicia. Nuestra salvación no depende de nuestros bienes, nuestra confianza no está en las cosas, sino en la riqueza insondable de la misericordia de Dios. Los santos han solido vivir la pobreza, el desprendimiento de las cosas del mundo, ya que una vez conocida la verdadera riqueza -que es el amor que Dios nos tiene-, todo lo demás lo estiman basura. Cuando nos libramos de la codicia entonces tenemos tiempo para las buenas obras, el que sigue esclavizado por ella sólo tiene tiempo para conseguir más y más.
La Virgen María sólo codició “los bienes de allí arriba” y su único tesoro lo mecía en sus brazos- Que ella nos enseñe a hacer un buen examen de conciencia y a pedir perdón por toda clase de codicia.