San Pablo a los Efesios 2,19-22
Sal 18, 2-3. 4-5
San Lucas 6, 12-19
“En aquel tiempo, subió Jesús a la montaña a orar, y pasó la noche orando a Dios. Cuando se hizo de día, llamó a sus discípulos, escogió a doce de ellos y los nombró apóstoles”. Los apóstoles -San Simón y San Judas entre ellos, a los que hoy celebramos-, recibieron su elección rápidamente, pero no empezarían a “ejercer” hasta Pentecostés. Siempre me han dado mucho miedo dos tipos de personas: Los que siempre tienen prisa y los que no tienen ninguna.
Los que siempre tienen prisa suelen empezar mil cosas, y abandonan cinco mil. Necesitan que todo dé fruto ya, inmediatamente. Comienzan algo y se cansan, se desesperan o abandonan. No les gusta el éxito de los demás, pues parece que les está quitando su propio éxito. Quieren emular el trabajo que a otros les ha costado algo años en unos días. Normalmente organizan, planifican, proyectan …, pero no rezan. No se dan cuenta que en cristiano las cosas hay que pedirlas con la oración y la mortificación. Cuantos sacerdotes conozco que han tenido una vida gris, oculta y que ha pasado desapercibida, pero estoy convencido de su santidad y, al morirse, se vislumbra un poco de su trabajo al ver a la gente que va a rezar por él.
Los que nunca tienen prisa suelen ser simplemente vagos. Se excusan en que el Espíritu Santo ya dará sus frutos y, mientras tanto, ellos se dedican a sus cosas. Ninguna mala palabra y ninguna buena acción. No se dan cuenta, y si se dan cuenta les da igual, que “Estáis edificados sobre el cimiento de los apóstoles y profetas, y el mismo Cristo Jesús es la piedra angular. Por él todo el edificio queda ensamblado, y se va levantando hasta formar un templo consagrado al Señor. Por él también vosotros os vais integrando en la construcción, para ser morada de Dios, por el Espíritu”. Si no nos integramos en la construcción de la Iglesia no podrá haber otras piedras que se apoyen en nosotros. Es cierto que el que hace la labor es el Espíritu Santo que nos va asentando sobre Cristo, pero tenemos que poner la argamasa de nuestra oración, nuestras horas serias de trabajo, muchos días madrugar y algunos trasnochar, nuestra entrega, nuestro perder la vida día a día por amor a Cristo y a la Iglesia.
Pocos aplausos recibieron los Apóstoles. Quien espere el éxito por hacer muchas cosas alocadamente o por no hacer nada pausadamente, se equivoca. La Evangelización no sirve para cocineros solterones.
Nuestra madre la Virgen va haciendo con nuestra vida un guiso deliciosos, a fuego lento, probando mil veces si no nos falta la sal de la cercanía de Cristo. A ver cuando puedo ir a comprar plátanos, que ya he visto que me pueden sacar de un apuro.