san Pablo a los Filipenses 3, 17-4, 1

Sal 121, 1-2. 4-5 

san Lucas 16, 1-8

Sigue Pablo proponiéndose como modelo a sus amigos. No busca un retrato de sí para, mirándose al espejo, decirse con agrado: mecachis , qué guapo soy. Nos dibuja en la exhortación un itinerario. Un itinerario en el que nuestra vida sale trastocada. Describió lo que le aconteció para que entremos, como él, en el misterio que debemos conocer mejor. Por eso, Pablo puede decir, y nosotros con él: nos tenéis de modelo.

¿Qué significa hablar así? Lo obvio. Aquellos a los que escribe, entre los que nos encontramos nosotros, no se comportan de ese modo, ¡qué bah!, sino que son verdaderos enemigos de la cruz de Cristo. ¿Sus hijos queridos? Sí. ¿Cristianos como nosotros? Sí. Muchos procedemos como enemigos de esa cruz. Nuestro final, ¿cuál ha de ser?, la condenación. Nuestro dios, ¿cuál es?, el vientre. ¿En qué nos gloriamos?, en nuestras vergüenzas. ¿Qué apetecemos?, las cosas de la tierra. Vivimos un cristianismo trastocado. Hemos vuelto allá de donde salimos: al pecado y a la muerte. Nuestro comportamiento nada tiene que ver con elegidos por el Padre en Cristo Jesús. ¿En gracia?, no, la abandonamos. ¿Querer y obrar de Dios?, en absoluto, volvimos a nuestro querer y a nuestro obrar. ¿Nuestro paradero?, la perdición.

Decíamos estar salvados por la cruz de Cristo. Palabras vanas, engañosas. Seguimos en lo nuestro, en lo mío. Nada queremos de la gracia que viene del Padre en Cristo Jesús. Lo convertimos en puras palabritas. No lo vivimos. Lo negamos en los hecho de nuestra vida. Hozamos acá, cuando nuestra patria está en los cielos, nos dice Pablo. Sin embargo, nuestra alegría estaba en cantar mientras subíamos a la casa del Señor. De allá es de donde aguardamos como salvador a Jesucristo, el Señor. Pero, no, parece que nosotros ni siquiera nos preparamos para su venida como el administrador injusto del evangelio de Lucas. Nuestra vista la tenemos puesta en lo de acá, no en el allá que Pablo nos enseña. Lo nuestro parece ser la perdición. De no seguir el ejemplo de sí mismo que Pablo nos muestra, la cosa es segura.

Hermanos míos queridos y añorados, mi alegría y mi corona, nos dice amorosamente Pablo, manteneos en el Señor, no os dejéis arrastrar a lo que fuisteis antaño, a lo que todavía podéis ser si os olvidáis de la cruz de Cristo, en donde se os dio clavada vuestra salvación. Exhortación deliciosa, llena de un cariño que sólo puede venir de una fe extrema en Cristo Jesús y en saber que de él nos viene todo.

En las sucesivas exhortaciones de la carta, Pablo comienza por presentar en pasado sus fundamentos, el itinerario de Cristo, quien quiso humillarse y obedecer; luego, en presente propone un modelo de vida centrara en Cristo; por fin, evoca el futuro de los cristianos con su gloriosa transfiguración final, operada en Cristo. Notemos siempre la importancia esencial del “en” Cristo. Tres momentos en sucesión dinámica organizados en torno a motivos cristológicos, hasta el punto de decir (con Aletti, siempre con él) que el actuar del cristiano es por completo cristológico, mostrando hasta dónde debe llegar el cristiano en su humildad. ¿Un modelo de meras externalidades? No, engarzándose en Cristo, queriendo conocerle, haciendo de él centro único, que el Espíritu sea el todo de su vida. El actuar del cristiano, como itinerario hacia Cristo, conlleva en sí una dimensión futura de glorificación: llegar a ser lo que él es; ser transfigurado por y en su propia gloria.