san Pablo a Tito 3, 1-7
Sal 22, 1-3a. 3b-4. 5. 6
san Lucas 17, 11-19
“Recuérdales que se sometan al gobierno y a las autoridades, que los obedezcan”.
Y, más adelante, Jesús: “Id a presentaros a los sacerdotes”… Copio estas dos frases, tomadas de la carta de San Pablo a Tito y del evangelio, porque ambas llaman al cristiano a una obediencia que no es, precisamente, el piadoso sometimiento que se debe al director espiritual. Las autoridades a las que se refiere el apóstol son los procuradores y la fuerza pública del Imperio Romano, y los sacerdotes a quienes Jesús envía a los leprosos son los levitas que asintieron a la crucifixión de Cristo. Como rúbrica, podríamos contemplar la mansedumbre con la que el propio Señor de Cielos y Tierra se sometió a Poncio Pilato, reconociendo incluso que su autoridad venía “de lo alto” (cf. Jn 19, 11).
Para comenzar por mí mismo, os confieso que, a día de hoy y en España, este tipo de obediencia me provoca repulsión. Creo que estamos gobernados por tibios, mentirosos e hipócritas, que se han servido de la ingenuidad de tanta gente para introducir en nuestro país el aborto libre, la “supuesta” educación para la ciudadanía, “supuestos” matrimonios, que son la armadura de lo antinatural… Pero también creo que son ellos quienes tendrán que rendir cuentas ante Dios de su gestión, mientras que yo debo rendirla de mi voto y de mi obediencia. En cuanto a mi voto, me parece algo demasiado serio; no lo emitiré, llegado el momento, sin decidirlo primero delante del Sagrario. En cuanto a mi obediencia… Estoy convencido de que, a pesar de los pesares, debo prestarla mientras los poderes públicos no me pidan que atente contra Dios (aunque esto cada vez resulta más difícil, pues el “terrorismo” contra Dios cada vez resulta más evidente). Negar este deber me obligaría a arrancar varias páginas de la Escritura, como las que hoy leeremos en la misa.
La autoridad viene siempre de Dios, lo sepa o no quien la detenta. Obedecer a la autoridad es obedecer al propio Dios. Las obligaciones más elementales del ciudadano, como puedan ser respetar los semáforos o los límites de velocidad en el tráfico o el pago de los impuestos son también, para un cristiano, actos de obediencia que tienen mucho que ver con el Reino de los Cielos y la Vida Eterna.
Y, para concluir, un evangélico “más difícil todavía”: si a un médico las autoridades le obligan a practicar un aborto, debe desobedecer y entrar por la senda de los mártires.
Si a un farmacéutico le piden que dispense un medicamento abortivo, debe desobedecer y entrar por la senda de los mártires. Si a un político su partido le pide que apoye una ley inmoral, debe desobedecer y presentar su candidatura junto a la de San Juan Bautista.
Triste espectáculo ofrece un farmacéutico cristiano que infringe las leyes de tráfico sin ningún escrúpulo, mientras con la misma “buena conciencia” dispensa armas asesinas.
Os aseguro que no me invento nada. Trato de orar con el evangelio, incluso si mi oración se vuelve contra mí. Sólo nos salva la obediencia, y esa obediencia debe ser, como la de la Virgen, rendida… Rendida ante Dios.