san Pablo a Filemón 7-20
Sal 145, 7. 8-9a. 9bc-10
san Lucas 17, 20-25
“El reino de Dios no vendrá espectacularmente”… Y, apenas tres líneas más tarde: “Como el fulgor del relámpago brilla de un horizonte a otro, así será el Hijo del Hombre en su día”. ¿En qué quedamos? Porque si algo hay espectacular en este mundo, eso es un relámpago. Cuando uno de ellos rompe el cielo el medio de la noche, ¿quién no levanta la vista? Y si el Hijo del Hombre viene así, como el relámpago, ¿por qué dice que no aparecerá con espectáculo? Dejémonos cautivar por el evangélico asombro, y que el Espíritu ordene las palabras en el alma hasta que se haga la luz. Vayamos por partes:
“El reino de Dios no vendrá espectacularmente”… Aquellos fariseos esperaban al Mesías como esperaban los normandos a Ricardo Corazón de León: se imaginaban que vendría rodeado de un ejército celestial, repartiendo mandobles a diestro y siniestro, tumbando en tierra de un temblor a los enemigos y proclamando a Israel como señor de los reinos del mundo. Los muy idiotas, tenían al Mesías a dos palmos de sus narices y no lo reconocieron. Lo he visto muchas veces: las cosas de Dios son tan naturales, tan “sencillitas”, que como te descuides se te escapan entre los mil asuntos corrientes de cada día. Puedes ir a misa cada mañana y no temblar, puedes incluso sorprenderte pensando en el horario de autobuses durante la consagración… Puede sonar tu teléfono móvil porque lo has dejado encendido, puedes bostezar, puedes hasta dormirte. Está sucediendo el milagro de los milagros delante de nuestros ojos, y nosotros tenemos la atención puesta en cualquier ordinariez. Las cosas de Dios, ya lo ves, suceden sin espectáculo, y nosotros, por desgracia, no estamos tan lejos de aquellos fariseos. Pero el alma despierta sabe exponerse al milagro hasta quedar sobrecogida.
“Como el fulgor del relámpago brilla de un horizonte a otro, así será el Hijo del Hombre en su día”. El Hijo de Dios -lo ha prometido- volverá, y volverá en gloria. Entonces, sí, habrá espectáculo: caerán las estrellas de los cielos, temblará la tierra, y Ricardo Corazón de León no será ni arteria de gusano comparado con la majestad del Verbo que vuelve a juzgar a los hombres. Pero, cuando eso suceda, sólo quienes lo esperan temblando ante la Eucaristía o ante la voz de Dios que llama al hombre en las vicisitudes más corrientes de la vida podrán reunirse con Él. Si no aprendemos hoy a temblar ante el Dios humilde, temblaremos mañana, sí, pero de miedo y no de gozo, ante el Dios de toda majestad.
Y, entre una venida y otra: “Antes tiene que padecer mucho y ser reprobado por esta generación”… Entre una venida y otra, la Cruz, el espectáculo del Gólgota ofrecido al mundo como signo de salvación. Ésa es la parte que nos toca; ése es el asidero al que debemos abrazarnos; ésa es la torre de vigía desde la que esperaremos al Señor que viene; ése es el punto de encuentro con María, la Madre que atemperará los latidos de la espera y educará las almas para que aprendan a temblar como es debido.