Hoy es tradicional que en muchas iglesias los cristianos antes de comenzar la Eucaristía hagan esa bonita procesión con las velas y entonando cantos. El salmo canta: “abrid los portones, alzad los dinteles, va a entrar el Rey de la gloria”. Y lo repite por varias veces. Lo cual nos dice que algo importantísimo va a ocurrir.
Nosotros somos como un cortejo de bodas de Israel, donde los amigos de la novia esperaban con lámparas encendidas a que el novio llegase a casa de la novia para recogerla y casarse con ella (como en la parábola de las 10 doncellas de Mt 25).
Hoy también Jesucristo el esposo de nuestras almas quiere presentarse en la Iglesia, en la casa de la novia, para unirse con ella. Ayer llevaron José y María a presentar a su Hijo al Templo de Israel, hoy viene Cristo a presentarse a todos los cristianos, y se presenta para que lo acojamos como nuestro Rey. El Rey de la gloria, el rey de la felicidad y el placer sin fin. El Rey de la gloria, es el rey de los ejércitos, el señor sobre toda criatura, sobre toda circunstancia, sobre todo tiempo y lugar, pues a él no se le escapa nada de lo humano.
Por eso hoy hacemos esta entrada triunfante en el Templo, porque asistimos de un modo oficial a las bodas de Cristo con la Iglesia –como decían los santos padres-. Hacer el signo de esta entrada en nuestras Iglesias, debe ser el reflejo de otra entrada victoriosa: la del Espíritu Santo en cada uno de nuestros hogares. Hoy podemos invitar que entre el Espíritu de Cristo en nuestras casas, en nuestras familias, en nuestros trabajos o estudios, en cada faceta de nuestra vida. Podemos invitarle, alzar los portones de nuestras cosas, dejar que entre. Porque Jesús es muy educado, él nunca entrará allí donde no le llamen, él se hará presente en aquel lugar donde lo invoquen, en un corazón que lo desee y quiera acogerlo.
Ya lo decía San Juan Pablo II en Mayo de 2003 en Cuatro Vientos: “Cristo no se impone, se propone”.
¿Y qué veremos? Lo del viejo Simeón. Cuando una persona invoca a Jesús para que se presente en su vida, Jesús entra con toda la riqueza de lo que es: llena, colma, apacigua, restaura, limpia –como lo dice el profeta Malaquías-. Y entonces descubres lo que significa la salvación.
Esta es la maravillosa experiencia del cristiano. Un día entró Jesús en casa y lo cambió todo. Un día apareció en la oscuridad de la noche y entre las estrellas del firmamento, una estrella que brillaba más que las demás. Nos cautivó y la seguimos. Esa estrella era la Verdad: “luz para alumbrar a las naciones y gloria de tu pueblo Israel”.