Miércoles de ceniza. Hoy muchas de nuestras parroquias se llenarán de fieles para recibir un poco de ceniza en la cabeza y recordar que somos polvo y al polvo volveremos y que nos tenemos que convertir y creer en el Evangelio. Comenzamos: propósitos, penitencias, más oración… un entrenamiento que tiene que dar su fruto en la Pascua. No podemos olvidar que tanta preparación, estos 40 días de penitencia, son la preparación para vivir los santos días del Triduo Pascual y disfrutar a tope de los 50 días de Pascua. Sería absurdo un corredor que, habiendo entrenado tanto y tan profundamente, al legar a la línea de salida se retirase por agotamiento. Comenzamos a prepararnos con la meta bien clara: Llegar a la gran noticia de la resurrección y el envío del Espíritu Santo.

“Convertíos a mi de todo corazón con ayuno, con llanto, con luto.” Convertirnos es volvernos para mirar a Cristo y apartar todo aquello que pueda despistarnos. Este es el sentido de la penitencia. A Dios no le gusta que suframos por sufrir, ya lo sufrió todo Él por nosotros, sus heridas nos han curado. Pero ciertamente en nuestro corazón el pecado va dejando apegos y olvidos de Dios. Y de eso sólo nos liberamos con esfuerzo. Cuando algo se queda pegado a algo cuesta arrancarlo. La misericordia de Dios es el mejor disolvente, pero tenemos que acoger esa misericordia de Dios y dejarla actuar.

Por eso el ayuno: Si hay alguna necesidad que consideramos básica es el comer. Cuando se tiene hambre se agudiza el ingenio y se es capaz de cualquier cosa por conseguir algo de alimento. Pero no sólo de pan vive el hombre. Por eso en estos días refrenar el apetito nos recuerda que cuando las pasiones se levantan y campan a sus anchas por nuestra vida nosotros somos dueños de nuestros impulsos y si somos capaces de refrenar el hambre cómo no vamos a refrenar -con la ayuda de Dios-, la ira, la maledicencia, la pereza, la sensualidad, la mentira…

Por eso la limosna: La limosna no es solamente el dar algo o el dar lo que sobra. Es mirar al otro desde la mirada de Dios y descubrir sus pobrezas para ayudar a superarlas. La más vistosa es la pobreza material y en un mundo tan materialista como el que vivimos no está nada mal quitarse de cosas, de dinero que se asienta en nuestro corazón y en nuestros intereses. Pero también la limosna nos ayuda a mirar a los demás y -además de darnos cuenta de nuestra pobreza-, salir en auxilio de todas las pobrezas que nos rodean: la falta d efe, la incultura, la ignorancia, el pesimismo…

Por eso la oración: Rezar a tu Padre que ve en lo secreto es descubrir que somos hijos y, entre nosotros, hermanos. Te das cuenta de lo que realmente importa en tu vida, del único juicio que nos importa y de la única palabra que salva. La oración nos centra en el mundo y pacifica nuestra vida. La oración nunca se queda en algo mío, transforma la sociedad y a los que nos rodean.

“Ahora es tiempo favorable, ahora es día de salvación.” Cuarenta días pasan en un suspiro, tenemos que estar muy atentos para que mediante el ayuno, la limosna y la oración vayamos ensanchando el alma y el corazón y que el mundo vea, dentro de unas cuantas semanas que realmente Jesucristo a resucitado. Comenzamos el entrenamiento. El uniforme la ceniza que nos descubre nuestra pobreza y que sólo Dios basta para recorrer este camino de la Cuaresma. Adelante, de la mano de María llegaremos a la Pascua con toda la fuerza y alegría que quepa en nuestro corazón.