“Obras son amores y no buenas razones” dice el refrán. Y es que Dios no se nos ha revelado ni redimido solo con “buenas razones”, con un simple mensaje o con una moral determinada. Dios se nos ha revelado y nos ha amado con palabrea y con obras intrínsecamente unidas. Así, las palabas explican las obras tan sorprendentes que realizaba y, al mismo tiempo, sus obras daban fe de la validez de sus palabras. Los judíos piden signos para creer y Jesús les dice: “si no me creéis a mí, creed al menos las obras que yo hago”, en ellas se manifiesta la verdad de lo que dice. Pero lo paradójico es que quieren matarle, no por lo que hace, sino por lo que dice: “porque te haces hijo de Dios”. En nuestra fe no podemos separar las obras de las palabras, no podemos ser ni cristianos “de boquilla” que luego no practican, ni cristianos que practican pero que luego no se atreven a dar testimonio con su palabra. La gente nos pedirá explicación de lo que hacemos y coherencia con lo que decimos. Cristo podía demostrar la coherencia entre su mensaje y su vida porque vivía lo que decía. Que María nos ayude a dar testimonio de nuestra fe con esa perfecta sintonía entre lo que profesan nuestros labios y lo que realizan nuestras manos. Amén.