“Os conviene que muera uno por el pueblo, y que no perezca la nación entera”

Dice San Pablo en el capítulo 5 de la carta a los romanos: “es difícil dar la vida incluso por un hombre de bien; por una persona buena quizá alguien esté dispuesto a morir. Pues bien, la prueba de que Dios nos ama es que siendo nosotros todavía pecadores, Cristo dio su vida por nosotros”. No imaginaba Caifás la profundidad de sus palabras ni de qué tipo era la salvación que Jesús nos iba a alcanzar con su muerte. Jamás nadie ha tenido ni tendrá tanta carga y tanta responsabilidad sobre sus  hombros como Jesús. Todo el destino de la humanidad dependía de Él, de su sacrificio voluntario. A los cristianos Jesús nos pide unirnos a ese mismo sacrifico en la medida de nuestras posibilidades. Conviene que muramos a nosotros mismos para que viva nuestra familia, nuestro cónyuge, nuestros hijos, nuestros grupos cristianos, nuestra parroquia… ¡cuánta gente depende de nuestra fidelidad! ¡Cuánto confía el Señor en que aceptemos sacrificar nuestra vida cada día para que su sacrificio sea eficaz! Que María nos enseñe a dar la vida por los demás cada día. Amén.