En ocasiones cuando vemos que alguien triunfa o hace cosas extraordinarias pensamos que tiene un secreto, algo que no quiere contar y que oculta para que su éxito no sea imitado por todos. Muchas veces hemos escuchado a viejos empresarios de éxito el contar que su secreto ha sido la laboriosidad, o el bien hacer o la atención esmerada al cliente. Es algo que todos sabemos, pero nos lo cuentan como un gran secreto. Y aunque ese secreto sea conocido y proclamado por muchos siguen siendo otros muchos los que quieren hacerse ricos con la prepotencia, la chapuza o el mínimo esfuerzo. La experiencia nos dice que no suelen llegar muy lejos.

Algunas llevan dos mil años queriendo acabar con el cristianismo y aún no lo han conseguido. Os voy a contar hoy el secreto de la fe cristiana. Desde luego no es la atención esmerada al público, en ocasiones hay un sacerdote para muchos miles de fieles. Tampoco la laboriosidad, siendo cierto que la gran mayoría de sacerdotes que conozco trabajan de sol a sol la frase “vives como un cura” se ha instalado en el subconsciente colectivo para designar al que es un vago. El “bien hacer” en la mayoría de los casos se hace lo que se puede con los medios que se tienen y –aunque algunos señalen las riquezas del Vaticano con escándalo-, en la gran mayoría de los casos son más bien escasos. Entonces ¿Cuál es el secreto?

  • “Como el Padre me ha amado, así os he amado yo; permaneced en mi amor”.
  • “En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó y nos envió a su Hijo como víctima de propiciación por nuestros pecados”.
  • “Está claro que Dios no hace distinciones; acepta al que lo teme y practica la justicia, sea de la nación que sea.”

Una frase de cada una de las lecturas de este domingo. El secreto de la Iglesia no está en las cosas, ni en los medios, no en las personas, ni tan siquiera en que queramos a Dios en estos tiempos de tanta apostasía silenciosa. El secreto de la Iglesia está en que Dios la ha amado primero. Por eso los enemigos de la Iglesia podrán empeñarse en poner en entredicho la fama de los sacerdotes o de los cristianos, podrán dictar leyes injustas o perseguir a los cristianos. Incluso nosotros podríamos desanimarnos pensando que las cosas deberían ser de otra manera, o que deberíamos tener más éxito o influir más en la sociedad. Pero ya sea una Iglesia perseguida o una Iglesia desanimada el principio es que Dios nos ama antes, nos ama a todos y nos ama como ama a Jesucristo y eso ni la Sra. Clinton con la quinta flota lo podrá cambiar. Este secreto no lo entienden los que no se saben amados de Dios (tantas veces ni lo llegamos a entender nosotros), pues no entienden a ese Dios amigo, que toma la iniciativa, nos elije y hace que demos fruto. No es cuestión de marketing, planificación ni medios materiales. Si dejasen un solo hijo de Dios en mitad del desierto del Sahara -como estaba Carlos de Foucauld-, la fe volvería a florecer por el mundo entero, pues es Dios quien siembra y recoge y da el incremento.

Este “secreto” no nos quita nada de esfuerzo a los que nos sabemos amados de Dios –a pesar de nuestros pesares-, pues damos gratis lo que gratis hemos recibido y no nos lo podemos guardar, pero nos llena de confianza de que las fuerzas del infierno no prevalecerán. Son muy astutas, pero no leen estos comentarios ni leen el Evangelio, por lo que no se enteran de nuestro secreto.

Ya que os he contado este secreto espero que lo mantengáis oculto y, por lo tanto, lo divulguéis lo más posible. La Virgen nos lo dice una y otra vez –son tan públicos sus secretos-, así que con Ella compártelo.