trinidad_rublev1Hoy toca meterse en el misterio de la Trinidad sin hacer muchas averiguaciones de ella. Provocar un ejercicio especulativo del sancta sanctorum de Dios me parece ruin, Dios nos habló de sí para que le gustásemos, no para que fuera nuestro tema de conversación favorito. Hay algo que sabemos de las entrañas de nuestro Dios revelado. Es un Dios con diferencias en sí, como en el matrimonio, como entre flores parejas, como entre las risas de los niños.

Padre, Hijo, Espíritu Santo. Una diferencia en plenitud de unidad, y eterna de tanto amor. Y hasta aquí lo que podemos poner conceptualmente, que todo lo demás nos dejaría inquietos de exceso.

El Señor decía que el Espíritu Santo es como ese viento que no sabes de dónde viene ni a dónde va, revela imaginativamente la libertad absoluta de la Tercera Persona de la Trinidad. Cuando la Madre Teresa hacía alusión a las sandalias que llevaba, decía que las usaba por libertad. Nada ataba a la tierra a la misionera de la Caridad, como al Espíritu Santo no le ata sino derramar sobre el mundo la posibilidad del bien absoluto. El hombre apenas entiende de libertades, sobre libertad nos quedamos con definiciones manirrotas o manicortas: Hacer muchas cosas y variadas, hacer lo que nos da la gana, sentir que hay mil posibilidades de elegir… qué poca imaginación. La libertad del Espíritu Santo propicia un estado de construcción y puntos de encuentro entre personas disimiles.

El Padre, mil gracias derramando, pasó por estos sotos con presura, y yéndolos mirando, con sola su figura, vestidos los dejó de su hermosura. El Padre pinta y recoloca, no hay en Él miedo a la parálisis creativa como “Bartleby, el escribiente”, esa pequeña obra maestra de Herman Melville, en la que a un empleado se le sugiere que escriba un documento, y él, confuso y paralizado, sólo alcanza a responder “preferiría no hacerlo”. La creación es una muestra de que Dios Padre prefirió hacerlo y lo hizo.

Y Cristo, la Segunda Persona de la Trinidad, se hizo carne y habita entre nosotros. Los saben los niños de 1ª comunión, descubren por primerísima vez que a Dios no se le habla a gritos, como si estuviera en otro planeta, sino que basta con pensamientos pequeños para hacerse con Él.