San Agustín tiene un comentario al evangelio de este día que es muy sugerente. Apunta a que el Jesús dormido en lo hondo de la barca es figura del que duerme en el alma de los fieles. Dado que Jesús no sucumbe al sueño si él no quiere, porque es Dios, cabe interpretar que se durmió porque los apóstoles no le prestaban atención. Es posible que dejaran de darle conversación o que, ocupados por las tareas de navegación, se olvidaran de él. Así procede a veces el entendimiento humano, que olvida que Jesús está presente en todas nuestras actividades. Ya lo advertía santa Teresa: “Dios también anda entre los pucheros”, en una frase que es mucho más sobrenatural de lo que parece. Jesús ha venido al mundo porque todo lo humano le interesa, sea lo que sea. Lo que ocurre es que, en ocasiones, nosotros olvidamos su presencia.

A veces meditando esta escena del evangelio, tan parecida a la que escuchábamos en el evangelio de hace dos domingos, pienso que los apóstoles, hombres acostumbrados a la navegación y que conocían muy bien el lago de Tiberíades, quizás pensaron que la tarea que habían de cumplir era fácil. Muchas veces habían remado en aquellas aguas. También nosotros, que muchas veces pedimos ayuda a Dios ante situaciones difíciles, podemos olvidar que él siempre está cerca de nosotros y dispuesto a ayudarnos. De hecho nos acompaña en todos los momentos de nuestra vida si sabemos reconocerlo.

¡Nos olvidamos tan fácilmente de Dios! Incluso cuando estamos enfrascados en tareas apostólicas. Es entonces cuando Jesús duerme. No es que esté cansado, sino que lo hemos dejado solo, porque el Evangelio muestra muy bien que cuando los apóstoles lo llaman Él acude presuroso y calma la tormenta. Pero además los reprende. No era yo el que dormía, sino vosotros, que no tenéis suficiente fe: “¡Cobardes! ¡Qué poca fe!”.

Así la recriminación del Señor puede entenderse como: no tenéis suficiente fe porque no ponéis toda vuestra vida en mis manos y hay ocasiones en que me dejáis de lado pensando que os valéis vosotros solos. Encontramos, pues, hoy, una invitación a tener continua presencia de Dios. Bueno es acordarse en los momentos difíciles, esos en los que se nos hace presente de forma clara que sin él nada podemos. Pero mejor es tenerlo siempre delante. Jesús quiere estar siempre con nosotros.

San Agustín recuerda que la barca a veces puede ser la cruz, es decir, los momentos de dificultad por los que pasamos. Hay sufrimientos y tentaciones que provocan una gran crisis en nosotros. Entonces, parece que Jesús duerme. En otras ocasiones, la barca designa a la Iglesia. En cualquier caso, hay que hacer lo posible para no olvidarnos de Dios. Trucos los hay a millares: los signos religiosos en nuestra casa o en el lugar de trabajo, las jaculatorias que podemos repetir en cualquier momento, una estampa deslizada como punto de lectura o un ejemplar de los evangelios puesto a la cabecera de la cama. Cada cual conoce de qué recursos puede disponer. Son útiles para que Jesús no se duerma. El mismo Obispo de Hipona pone un ejemplo. Dice que quizá alguien nos ofende y entonces nos vienen ganas de vengarnos. Cuando sobreviene, esa tentación es como el mar embravecido de que habla el evangelio. Las olas de la ira o el viento de la cólera pueden desorientarnos profundamente y alimentar ese deseo de venganza, es decir, pueden hacer zozobrar nuestra barca de la vida cristiana. Entonces hay que despertar a Jesús y volver a acordarse de Él, esto es, hay que reanimar la fe. Cuando esto sucede, caemos en la cuenta de que el perdón es superior a la ofensa y de que el mal sólo puede vencerse con abundancia de bien. Podemos aplicar este ejemplo a cualquier otra tentación.