Comentario Pastoral
EL BANQUETE SAGRADO
Comer juntos es el acto más expresivo de la vida familiar y el momento más fuerte de vinculación y crecimiento en el amor común. En el plano humano es asimilar el poder de otra cosa, es reconocer que uno solo no se basta, es llegar a ser adulto, es mantenerse en la vida y reforzar el signo de unidad y de alegría.
Pero el banquete siempre ha tenido un carácter sagrado y difícilmente se dan acciones sagradas sin banquete. Comer en el plano divino es participar en la vida de la divinidad, es divinizarse por connaturalidad y por asimilación. La asimilación del alimento es la expresión fundamental de la asimilación de Dios. Por eso en todas las culturas, religiosas, de una forma u otra, siempre han existido los banquetes sagrados, que desde una valoración pagana, podían ser totémicos, sacrificiales y mistéricos.
Lo que no puede negarse al cristianismo es una peculiar originalidad al imprimir al banquete unos valores profundos y singulares. La “fracción del pan eucarístico”, desde sus orígenes, es el modo perenne de relación con Dios y de actualización de la obra redentora de Cristo. A los primeros cristianos ya se les reconocía públicamente por este banquete sagrado, signo de la mutua caridad, esencialmente vinculada a la «fracción». La Eucaristía es por un lado perfección de toda una serie de signos prefigurativos veterotestamentarios, y por otro, memorial y recuerdo de los acontecimientos salvíficos cumplidos por Cristo en su muerte y resurrección.
La perícopa evangélica de este vigésimo domingo ordinario, precedida por la lectura proverbial del «banquete de la sabiduría» es quizá una homilía de la Iglesia primitiva, una meditación sobre la cena pascual de todos los domingos, una concentración densa de teología eucarística.
El cristiano vive en permanente invitación a la comunión con la sabiduría divina y con Cristo a través de la Eucaristía. La comunión eucarística transforma al creyente en himno de alabanza a Dios, en Cuerpo de Cristo, en Palabra viva que testimonia ante el mundo la salvación. La Eucaristía es sacramento de la fe, sacrificio pascual, presencia de Cristo, raíz y culmen de la Iglesia, signo de unidad, vínculo de amor, prenda de esperanza y de gloria futura.
Andrés Pardo
Palabra de Dios: |
Proverbios 9, 1-6 | Sal 33, 2-3. 10-11. 12-13. 14-15 |
san Pablo a los Efesios 5, 15-20 | san Juan 6, 51-58 |
Comprender la Palabra
La primera lectura pertenece al capítulo noveno del Libro de los Proverbios, una amplia colección de proverbios que constituyen el prólogo. El fragmento que se proclama hoy podría denominarse: la Sabiduría prepara su banquete que ofrece a los hombres, o bien la Sabiduría se presenta como hospitalaria para los hombres.
«La Sabiduría ha preparado el banquete…mezclado el vino y prepara la mesa». Preparar el vino es la principal preocupación y tarea de un buen anfitrión. Que la Sabiduría realice esta función quiere decir que invita a los hombres a acercarse a ella como una fiesta para ser felices, para conseguir el bienestar.
Al igual que el domingo anterior la segunda lectura está tomada de la Carta a los Efesios, en concreto del capítulo quinto. Prosigue la exhortación con el tema de la vida nueva en Cristo. El apóstol desciende a la vida concreta del creyente en medio del mundo.
Es necesario que el Evangelio sea presentado de una manera inteligible para los hombres de nuestro tiempo. Los creyentes poseen la clave interpretativa de los acontecimientos que suceden en la historia, recurriendo a la Escritura, meditada y saboreada constantemente. Y pueden ofrecer a sus hermanos los hombres otras perspectivas que sólo aparecen implìcitamente en los hechos. Y estos hechos con frecuencia abruman a todos los hombres y a nosotros mismos. Ofrecer la clave en que nos apoyamos para entenderlos es una obligación y una excelente prueba de solidaridad verdadera y genuina.Y también hoy la comunión y la unidad son imprescindibles para una adecuada evangelización.
También continúa la lectura del capítulo sexto del evangelio según san Juan. El fragmento que se proclama este vigésimo domingo del Tiempo Ordinario está centrado plenamente en Jesús ofrecido al mundo como Pan- Eucaristía.
En la presentación del Evangelio de Jesús, Juan utiliza dos elementos fundamentales, pero el uno supeditado al otro, como son: los signos realizados por Jesús y los discursos que tienen lugar a continuación de los signos. En este capítulo sexto del evangelio joánico se narran dos signos: la multiplicación de los panes y Jesús caminando sobre las aguas, venciendo así las leyes de la gravedad. Jesús caminando sobre las aguas sin hundirse prepara la afirmación de que es necesario comer su carne y beber su sangre. Él es la Sabiduría que prepara la mesa, que ofrece un espléndido banquete. Él hace realidad lo que la primera lectura ofrecía como anuncio preparatorio. Sabemos que ha querido ocultarse en el pan y en el vino, que son alimentos básicos
para la humanidad y que expresan fuertemente la comunión y la solidaridad en los hebreos.
Ángel Fontcuberta
mejorar las celebraciones
El Evangelio
Aunque todas las lecturas bíblicas son verdadera Palabra de Dios, no todas son igualmente importantes. La Revelación divina es una revelación progresiva que culmina en Jesucristo, por quien revela a la humanidad los secretos más sublimes y plenos (Cf. Hb 1). Por eso la liturgia, desde antiguo, ha reservado signos de especial veneración a los Evangelios: El Evangeliario (y no los demás Leccionarios) se inciensa, se besa y su lectura se escucha en pie. La normativa actual sugiere y desea que los textos evangélicos figuren en un libro diverso, más llamativo y mejor encuadernado. El Evangeliario. La nueva edición del Misal advierte explícitamente que sólo el Evangeliario, (pero no un Leccionario) puede llevarse en procesión o colocarse, desde el comienzo de la Misa, sobre el altar (IGMR, 120). La diferenciación entre Leccionarios y Evangeliario puede ayudar a los fieles a que descubran y vivan la diferencia entre lo que es verdaderamente Palabra de Dios (todas las lecturas bíblicas) y lo que es culminación de la Palabra divina: el Evangelio (Cf. IGMR, 60).
Ángel Fontcuberta
Para la Semana
Lunes 17: |
Jue 2,11-19. El Señor hacía surgir jueces, pero ni a los jueces hacían caso. Sal 105. Acuérdate de mí, por amor a tu pueblo. Mt 19, 16-22. Si quieres llegar hasta el final, vende lo que tienes, así tendrás un tesoro en el cielo. |
Martes 18: |
Jueces 6, 11-24a. Gedeón salva a Israel. Yo te envío. Sal 84. El Señor anuncia la paz a su pueblo. Mateo 19,23-30. Mas fácil le es a un camello pasar por el ojo de una aguja que a un rico entrar en el reino de Dios. |
Miércoles 19: |
Jueces 9,6-15. Pedísteis un rey, así que el Señor es vuestro rey. Sal 20. Señor, el rey se alegra por tu fuerza. Mateo 20,1-16a. ¿Vas a tener tú envidia porque yo soy bueno? |
Jueves 20: |
San Bernardo (1090-1153), abad y doctor, dirigió a los monjes en la práctica de las virtudes, escribió muchos libros de teología y ascética. Jueces 11, 29-39a. El primero que salga de mi casa a recibirme, será para el Señor, y lo ofreceré en holocausto. Sal 39. Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad. Mateo 22,1-14. A todos los que encontréis convidad los a la boda |
Viernes 21: |
San Pío X (1835-1914), humilde y bondadoso, recorrió todos los grados de la jerarquía católica, elegido Papa en 1903. Rut 1, l.3-6.14b-16.22. Noemí, con Rut, la moabita, volvió a Belén. Sal 145. Alaba, alma mía, al Señor. 22,34-40. Amarás al Señor, tu Dios, y a tu prójimo como a tí mismo. |
Sábado 22: |
Santa María Reina, fiesta instituida por Pío XII en 1954. María ensalzada como reina del universo para que se asemejara más a su Hijo. Hebreos 9,1-3.5-6. Un hijo se nos ha dado. Sal 127. Esta es la bendición del hombre que teme al Señor Lucas 1.26-38. Concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo. |
EUCARISTÍA: AMOR COMPARTIDO.
Jesús prosigue el elocuente e íntimo relato que hace de sí mismo. Afirma que no tiene otra razón de ser que la entrega total de su vida, haciendo visible el amor del Padre, cuyo deseo es la salvación de todo hombre y mujer.
La presencia de Jesús entre nosotros, no es una realidad transitoria, efímera, sino la certeza de que su amor nos acompañará siempre.
Es posible encontrar resistencias a través de nuestros sentidos, nos cuesta entender las realidades del Espíritu, todo cuanto la percepción humana no puede ver ni tocar. Sin embargo, aunque aparezca velado por el misterio y oculto a nuestros sentidos, es más real que la propia evidencia.
En la Eucaristía, el don del amor de Dios del cual Jesús es depositario haciéndose fiador de todo hombre y mujer, nos invita a creer en la fuerza sublime y transformadora de su amor.
Nosotros-@s podemos entender la vida así, cada vez que amamos, hacemos el bien, damos lo mejor de nuestra persona.
Si hay una verdad que colma nuestra vida y la da sentido, es el amor vivido y compartido a través de los diferentes lazos afectivos y las relaciones humanas.
Es entonces cuando el «rostro de Dios» se nos muestra certero e intuímos la cercana presencia del amor de Jesús. Un amor que no es sólo el sentimiento de la carga afectiva y sensible, sino el deseo profundo de querer el bien del otro-@ y hacerlo realidad.
Jesús no amó más por sentir y experimentar un afecto sensible, sino por la entrega de sí, en obediencia a la voluntad del Padre.
La Eucaristía es memoria de esa entrega generosa, del amor que se ofrece como don al otro-@, para hacerlo fecundo.
El Espíritu que exultó de gozo en el seno de María, hizo que se sintiera llena del amor de Dios, es el mismo que Jesús nos ha dejado en su Cuerpo y en su Sangre.
Es el amor que permanece cuando es compartido en comunión fraterna.
El pan del amor no puede olvidar las carencias de los pobres. Toda pobreza pide su parte de amor. ¿Cómo vivir con Jesús el reclamo y lamento de tantos hombres y mujeres, como sé que esperan un pedacito de «pan vivo»?
¿Qué pan puede saciar la falta de amor?
Cristo sigue pronunciando las mismas palabras que en la noche en que entregó su vida por amor: «Sólo quiero que os améis, como yo os he amado»
¡A qué hacer esperar al amor!
miren josune.