Cristo está en medio de nosotros, justo en ese centro en el que no se hace visible, pero está. No es una metáfora ni el brindis al sol de alguien que quisiera permanecer entre los suyos más allá de los límites de lo natural, como un padre que desde el lecho mortuorio dice a sus hijos que se acuerden de él, que no lo olviden. Cristo, al destruir la muerte, vive entre los hijos de los hombres, ha roto los límites del más allá y el más acá y no quiere perderse a los suyos. Es más, desde la Encarnación no se nos despega. Pero, como dice el poeta Hugo Mugica «no sólo hay que abrir los ojos, también hay que abrir lo mirado». Si el hombre no desvela la presencia de Dios en lo oculto de la realidad, nunca entenderá la vida, se la pierde.
Los últimos Papas nos han recordado la necesidad de rezar en familia como un bien absoluto. Porque «donde dos o tres están reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos».
Hay una capacidad humana que nos es todavía muy desconocida, la de provocar en Dios una atracción irremediable por nosotros. Y eso ocurre cuando entramos en comunión. Desde el momento en que los miembros tan diferentes de una familia se reúnen a rezar el rosario, o terminan el día dando gracias a Dios por todos los bienes recibidos, a Dios se le hace irresistible su presencia, ponerse en medio. Dios, que es el gran seductor del corazón humano, también es el gran seducido cuando sus criaturas lo buscan. Hablamos del hecho cristiano, por tanto, como la historia de un encuentro verdadero.
Aprender a rezar juntos puede que sea una de nuestra asignaturas pendientes, porque resulta más fácil proceder con Dios a bote pronto, un día me acuerdo de él en el coche o por la calle y creo que así llamo su atención. Pero Dios quiere verdad de trato, no la ligereza de la espontaneidad, los «de repentes» son muy frágiles. Y le apetece que los suyos lo busquen en racimos y concierten una cita con Él. Como los novios que se ponen de rodillas delante del sagrario o ese grupo de jóvenes que se juntan para leer unos textos de Santa Teresa.
¿En medio?
Si, en medio, en el centro de nuestra vida, compartiendo los gozos y alegrías, también los sufrimientos. Así nos ama Jesús.
Vuelvo mi mirada al marco incomparable del Cenáculo. Jesús en medio de sus amigos, arrodillado junto a un lebrillo, ciñéndose a la cintura un modesto lienzo, comenzó a lavarles los pies.
Pedro se resistía. En medio, ocupando el centro y atención de sus discípulos, el Maestro y Señor está rompiendo todos sus esquemas y criterios, su percepción de la realidad es otra.
La oración, el encuentro con Dios, ha de pasar por aceptar nuestro lugar, dejar que el Espíritu de Jesús, su amor, nos habite y exprese su deseo sobre nosotros.
Con frecuencia, estar en el medio, acaparando un protagonismo excluyente, suele ser el comportamiento de muchos cristianos-@s.
Hay quienes no sirven, se sirven.
Es una triste realidad que causa decepción y hasta deseos de abandonar la tarea asumida.
El «quítate tú para que me ponga yo» es práctica habitual en parroquias y comunidades, lo cual crea rivalidad y envidias, actitudes nada edificantes.
Jesús en medio de nosotros, en el centro de nuestra vida, nos está diciendo cómo desea encontrarse con cada hombre y mujer. Un encuentro de amor, de entrega y servicio.
El encuentro con Jesús pasa sin duda por la cercanía con quienes más necesitan de mi atención, de ahí que, la oración es ante todo una disposición interior, de aceptar en mi vida la voluntad de Dios expresada a través del amor,
miren josune
Para Miren. Muy bueno tu comentario como complemento al de la lectura de hoy. Gracias a tu buen hacer.
Señor: Tu mirada Divina me ha cautivado y te pido que me invites a «seducirte», buscarte, amarte y encontrarte en cada instante de mi vida entregada para Ti. Madre, Sé mía como yo soy tuyo. Amén
Señor: Tu mirada Divina me ha cautivado y te pido que me invites a «seducirte», buscarte, amarte y encontrarte en cada instante de mi vida entregada para Ti. Madre, Sé mía como yo soy tuyo. Amén
No se dicen te amo a cada rato las almas que lo viven???
Gracias Julian:
El secreto es dejar hablar al Espíritu de Jesús que habita dentro de nosotros. Para ello, basta retirarnos al silencio, contemplar la Palabra, y desde nuestra humilde comprensión, establecer un diálogo de amor con Jesús. Sin duda, desde lo hondo del corazón, iremos encontrando las respuestas que nos lleven a un testimonio coherente del Evangelio.
Yo, «solo sé que no sé nada», todo es puro don gratuíto del Espíritu.
Animo a todos y todas a anunciar a Jesús Resucitado, sin miedo, haciendo realidad su testimonio y mandato de amor.
Hace falta coherencia. Hago mía la frase de Dante Aliguiheri:
SED CRISTIANOS-@S MÁS FIRMES AL MOVEROS…
miren josune.