-«Estad en vela, porque no sabéis qué día vendrá vuestro Señor».

Celebramos hoy la fiesta de Santa Mónica, madre de San Agustín. En el Evangelio Jesús anima a la gente que lo escucha a velar, a no bajar la guardia para que no nos sorprenda la llegada, bien del ladrón, bien del dueño de la casa que la dejó a nuestro cuidado. La razón es que el uno y el otro llegan sin avisar aunque por distintos motivos. El ladrón para robar lo que de valor pueda encontrar. El señor para enriquecernos con su visita. Y, aunque parece que puede haber muchas cosas en esta vida más importantes, en realidad no es así. Nada hay más importante que estar preparado para la visita de Dios con los dones que nos quiere regalar y nada hay más importante que permanecer en vela para protegerlos del demonio. Pero ¿acaso se puede estar permanentemente en vela? ¿Es eso humano? San Pablo nos invita a orar sin desfallecer y el mismo Jesús en el huerto de los olivos le dice a los suyos: “Velad y orad para no caer en tentación porque el Espíritu está pronto pero la carne es débil”. Lo que nos mantiene siempre atentos es el deseo, este nos mantiene despiertos, impide que “nos durmamos” o que nos olvidemos a pesar de tener muchas cosas en la cabeza. Santa Mónica velaba por la salvación de su hijo rezando sin parar. Su corazón deseaba sobre todo que su hijo hallara a Cristo y por eso su oración no cesaba día y noche hasta lograr su objetivo.

El que desea con todo su corazón la visita de Dios, no descansa, no se duerme porque su deseo lo mantiene despierto. Su mismo deseo, como decía San Agustín, es ya su oración. Por eso es tan importante renovar los deseos del corazón para que estos nos mantengan en tensión, en vela.

Que María acreciente en nosotros le deseo de Dios. Amén