Vivir en una gran urbe como Madrid, con barrios y zonas tan dispares, nos hace entender la pluralidad de la sociedad en que vivimos. Se nos antoja como un «gran mercado» del mundo donde se ofertan multitud no sólo de productos, sino de ideas, de formas de vivir. Es muy curioso el fenómeno de la proliferación de tiendas «esotéricas» donde te ofrecen las soluciones mágicas para todos tus problemas, incluso te pueden hacer filtros o pócimas a la medida de tus necesidades. Y es llamativo, sobre todo en los barrios de la periferia, la instauración de pequeñas sedes o centros de culto de todo tipo de iglesias evangelistas y sectas. Nos sorprende los programas de televisión a ciertas horas de la noche, cuyos protagonistas son cartomantes que están dispuestos a decirte, por un módico precio, lo que debes hacer en tus circunstancias para obtener un futuro más exitoso.

¿Pero dónde está la Verdad? ¿Quién me la puede decir? Como decía san Agustín, «podemos conocer a muchos que utilicen el engaño y la mentira, pero no conozco a ninguno que quiera que le engañen».

La Palabra de Dios nos da una respuesta fundamental. Hoy muchas voces aparecen como profetas de la Verdad. Pero la Palabra nos recuerda, que la Verdad, es una sola: Dios-Amor. Y aunque existen muchos caminos para llegar a ella, uno sólo es el más auténtico: Jesucristo. Asi lo dijo, «yo soy el camino, y la verdad…» (cf, Jn 14,6). Fue Jesús mismo quien anunció que el Espíritu Santo iba ser dado  para que nos fuera guiando hasta la Verdad en su plenitud. Es así, ayer y hoy, el Espíritu circula por los corazones y las inteligencias de las personas de este mundo, iluminando caminos de belleza y de verdad.

En los músicos de todos los tiempos el Espiritu Santo ha suscitado la belleza de los cantos del Cielo,  sus melodías y sus composiciones sinfónicas.  En los científicos, el Espíritu Santo, va suscitando el lenguaje físico y matemático que describe la realidad natural. En los filósofos, en los artistas, en  válidas políticas, disciplinas y estudios, se van desvelando perfiles de la grandeza de la «huella» de Cristo en todas las cosas. Por eso hoy dice Jesús, «si hablan de mí, si hablan en mi nombre, no se lo impidáis», porque también desde sus ámbitos dan testimonio de la verdad. Moisés ante los profetas Eldad y Medad, que tienen el Espíritu de Dios con ellos, reconoce la validez de sus sentencias, aunque ya no estuvieran cerca del pueblo de Dios. Para Jesús, es así, aunque tantos hombre y mujeres no estén cerca de su Iglesia, pueden también descubrirnos semillas auténticas de la realidad, porque pueden estar inspirados por el mismo Espíritu de Cristo.

Ahora bien, Jesús advierte a sus discípulos para que ellos, con su vida, con su manera de obrar y de hablar, den un auténtico testimonio de esa única Verdad. Si no lo hacen, si no viven en la generosidad y en el amor recíproco y caen en la codicia, el egoísmo, y la corrupción -como también Santiago denuncia en su carta-, se convierten en un antitestimonio, en una piedra donde tropezar, en un «escándalo».  Porque si los que conocemos a Cristo le traicionamos con la mentira y el engaño de nuestras vidas, ¿cómo seremos sal y luz? El mal se extenderá y la oscuridad llegará a muchos corazones, incluso de aquellos más débiles: los pobres, los jóvenes, los niños,…

Esta semana es una preciosa oportunidad para vivir esta palabra: reconozcamos la realidad de la belleza de Cristo presente a nuestro alrededor y alegrémonos Que todos vean nuestra sensatez de juicio, nuestra misericordia en nuestras acciones, nuestro amor en la generosidad y ayuda concreta, nuestra sabiduría hablando las palabras de Dos, siendo pequeños Cristos, pequeños reflejos de su Verdad.