Hace dos días tuve que llamar a un teléfono de reclamaciones por un trabajo que en teoría era gratuito, hicieron mal y me querían cobrar. Los que atienden los teléfonos de reclamaciones deben tener un don especial, un gracia de Dios concreta para no hacer ni caso de qué ni cómo les digas las cosas. Primero hay que llamar unas quince veces para que te atiendan. Cuando por fin contestan al teléfono les cuentas tus penas, tus enfados y frustraciones y sinsabores y, sin alterarse para nada te contestan con: “En seguida se pondrán en contacto con usted.” Dos días después sigo esperando el “en seguida”.

“Si el otro insiste llamando, yo os digo que, si no se levanta y se los da por ser amigo suyo, al menos por la importunidad se levantará y le dará cuanto necesite”. Muchas cosas bonitas tiene el Evangelio de hoy.

Lo primero: podemos recurrir a Dios a cualquier hora. Aunque los sacerdotes (y muchos laicos), rezamos la Liturgia de las Horas, Dio son tiene horas. Podemos acudir a su casa en horas buenas y malas, de buen y mal talante, siempre está dentro dispuesto a atendernos.

Lo segundo: Dios se ha llamado nuestro amigo. Nunca pienses que Dios tiene que racanear con sus dones o sus gracias, que va a intentar estafarte. Como amigo va a darte lo mejor que tenga y lo que de verdad necesites, aunque en un primer momento te desconcierte.

Lo tercero: Dios no se queda en lo material –aunque también se lo pedimos con insistencia-, sino que nos promete el Espíritu Santo. “Si conocieras el don de Dios.” Puede parecer que no hace caso a lo que le pedimos, pero cuando uno recibe el Espíritu Santo se da cuenta de lo que realmente importa y lo que en realidad valen las cosas. Me acuerdo de una casa en la que no tenían para dar de comer al bebé y ni casi comer ellos…, pero tenían en cada habitación un televisor de plasma de los grandes. Si se diesen cuenta de que con lo que tenían colgado por las paredes comían durante meses seguramente no tendrían que pedir a Cáritas. En ocasiones somos así con Dios, queremos llenar nuestra vida de lo superfluo y nos olvidamos de los fundamental.

Muchas cosas si uno pide, busca y llama y lo hace en la puerta correcta, palparemos las maravillas de Dios.

Y las familias, unidos al Sínodo, tienen esa hermosa tarea de enseñar a valorar lo que realmente importa. En la familia se aprende el valor de las cosas aunque no se sepa lo que cuestan pues un valor fundamental de la familia es la gratuidad. Así si tu hijo te pide un pez o un huevo… no se los des, que no ha aprendido a cocinar, dale lo mejor      que tienes, el amor de una familia unida que manifiesta el amor de Dios.

La Sagrada Familia, Jesús, María y José, se entregaban tesoros continuamente aunque no tenían nada material, descubramos también nosotros esos tesoros y démoslos con generosidad.