Jeremías 33, 14-16

Sal 24, 4bc-5ab. 8-9. 10 y 14

Tesalonicenses 3, 12-4,2

Lucas 21, 25-28. 34-36

Comenzamos el Adviento. Es tiempo de espera y de esperanza. Una vez un feligrés, después de una homilía sobre la esperanza, se me acercó y me dijo: “La esperanza es el consuelo de los fracasados.” (Era todo un arranque de optimismo). A lo que le contesté que esperaba que esperase que mi próxima homilía le gustara más.  Hoy, un poco más largo, repetimos el Evangelio de ayer. Parece que la liturgia quiere que se nos quede bien marcado. Pero algo que ayer no leíamos nos da el sentido del Adviento: “Cuando empiece a suceder esto, levantaos, alzad la cabeza: se acerca vuestra liberación.” La esperanza cristiana no es una espera “a ver qué sucede.” Sabemos con certeza que el Señor vendrá “con gran poder y majestad,” lo que no sabemos es cuando. El hombre necesita de la esperanza, pero para eso necesita saber qué espera. No puede sentirse defraudado uno que espera el autobús por no haber visto ningún barco. Su esperanza se cumplirá cuando llegue el autobús, y para eso tiene que estar situado en la parada y en el horario en que pasan autobuses. Los hombres esperamos a Cristo, y para eso tenemos que estar en sintonía con Él y saber distinguirle entre otros. Por eso San Pablo anuncia a los habitantes de Tesalónica: “Que el Señor os colme y os haga rebosar de amor mutuo y de amor a todos, lo mismo que nosotros os amamos. Y que así os fortalezca internamente, para que, cuando Jesús, nuestro Señor, vuelva acompañado de todos sus santos, os presentéis santos e irreprensibles ante Dios, nuestro Padre.” La esperanza no es inactividad ni pasividad. Por la esperanza sabemos que todos nuestros trabajos, desvelos, fatigas e iniciativas tienen un fin, que no son en balde, aunque no den el resultado que nosotros quisiéramos. Por la esperanza estamos preparados para “levantarnos y alzar la cabeza,” y no podemos dejar que las piernas se nos duerman y se nos anquilosen las articulaciones. Tenemos que “fortalecer las rodillas vacilantes” y eso requiere aumentar la fe y la caridad.

El fracasado es el que no espera nada, o espera sin saber qué.  El que tiene esperanza sabe que un Día el Señor “hará justicia y derecho en la tierra.”

La Virgen fue la primera en ver cumplida la esperanza del pueblo de Israel, el nacimiento del Mesías, y luego ha ido constatando que el Señor va cumpliendo sus promesas. Procuremos en este Adviento aumentar nuestra esperanza y dar esperanza al mundo que nos rodea.