Sembrar la alegría. El profeta Sofonías en la primera lectura, usa las siguientes palabras: Regocíjate, alégrate, gózate, grita de júbilo. Aún en los peores tiempos cuando todo parece que se acaba, (Israel está amenazada por los asirios), y que no hay futuro, el mensaje del profeta es de esperanza y de alegría porque la historia pertenece a Dios. Quizás sea este uno de los aspectos más difíciles de descubrir hoy, que Dios actúa en la historia y que hay motivos para la alegría. Dios actuó en el pasado y lo sigue haciendo hoy, la dificultad para verlo, está en nuestros ojos o en nuestros corazones, que sólo confían en las fuerzas humanas y han desterrado a Dios de la vida diaria.

Por eso, San Pablo en la segunda lectura les dice a los Filipenses: “Estad siempre alegres en el Señor; os lo repito, estad alegres. El Señor está cerca”. Es lo que predicaba Juan: “Viene el que puede más que yo”, con Jesús llega el Reino de Dios a los hombres: “una alegría para todo el pueblo”. Pero los hombres deben abrirse a él con una actitud especial llamada conversión, cambio de vida y de esto es de lo que nos habla en evangelio de hoy. Pero, ¿cómo podemos sembrar alegría?…“¿Entonces, qué hacemos?”- preguntaban a Juan.

Pero los discípulos de Juan no preguntan lo que tienen que recordar, aprender de memoria, reflexionar, ni dice lo que tienen que hacer los otros, sino cada uno, nosotros, nuestra comunidad, la Iglesia. Hay una primera pregunta y una primera respuesta que nos afecta a todos: “El que tenga dos túnicas, que las reparta con el que no tiene; y el que tenga comida, haga lo mismo”, son lo que llamamos las obras de misericordia, el martes pasado día de la Inmaculada, comenzamos el Año de la Misericordia. Es una llamada a vivir con este nuevo estilo de vida.

Su Misericordia es nuestro bautismo en Espíritu Santo y fuego. Espíritu de Amor y fuego de lo más auténtico. La Misericordia todo lo puede.  Y el fruto más directo de la Misericordia es esa Alegría. Es un gozo que hecha raíces en el corazón: no tiene miedo, abre siempre los brazos a todos, no guarda rencor, se arrepiente de lo que ha hecho mal, busca contínuamente la unidad, sabe estar con cada uno, no teme perder con tal de que los demás ganen, no abusa, no mira por encima del hombro, no envidia, ni aparenta, no es hipócrita y abre con sencillez el corazón. La alegría de la Misericordia viene de un corazón que se siente custodiado, cuidado en los pequeños detalles, pensando que alguien le vela y nunca le olvidará. La misericordia todo lo vence.