Setecientas cuarenta y nueve felicitaciones de Navidad. Es un poco tarde pero es el número de felicitaciones que ahora llevaré al correo para que llegue a aquellos que colaboran cada año con la parroquia. No sé cuánto costará, muchos poquitos hacen mucho, pero creo que vale la pena. En esta época cada mañana borro unos dieciocho correos electrónicos con todo tipo de felicitaciones navideñas, invernales, familiares o simplemente horterillas. Sería más fácil hacer un envío masivo de correos electrónicos y más barato, pero en papel creo que da más alegría. Te llega una carta que no es del banco o una factura de electricidad, sabes que alguien ha ido uno a uno metiendo la felicitación en su sobre, firmado cada cartulina y por fin llega a tus manos. No conozco nadie que rompa directamente una felicitación, por lo menos la mira y muchos las ponen en su salón o junto al Belén hasta primeros de año. Tener una imagen del nacimiento de Cristo en tu casa, si no has podido poner el Belén, es un recordatorio de que la Palabra se hace presente en el mundo.

“A los ocho días fueron a circuncidar al niño, y lo llamaban Zacarías, como a su padre. La madre intervino diciendo: – «¡No! Se va a llamar Juan.» Le replicaron: -«Ninguno de tus parientes se llama así.» Entonces preguntaban por señas al padre cómo quería que se llamase. Él pidió una tablilla y escribió: «Juan es su nombre.» Todos se quedaron extrañados. Inmediatamente se le soltó la boca y la lengua, y empezó a hablar bendiciendo a Dios”.

El nacimiento del precursor no es un correo electrónico que puedas borrar inmediatamente, repetido quince veces. Muchas veces podemos hacer de la Navidad una repetición de lo que hacemos otros años. “Zacarías como su padre.” Comemos o cenamos, nos felicitamos, incluso vamos a la Misa del Gallo el día de Navidad. Incluso nos sentimos orgullosos de nuestras “tradiciones” que no queremos que nadie nos toque y se convierten en lo que marca el tiempo de Navidad. Pero tiene el riesgo de hacer muchas cosas y que la Navidad se quede vacía. Tenemos que soltar la boca y la lengua y decir: «¡No! Se va a llamar Juan.» Es decir, esta Navidad voy a dejar que Dios rompa un poco mi acostumbramiento, mi tibieza, mi flojera y que no nazca simplemente un niño, sino que nazca el Salvador. Y eso se consigue metiéndonos en el Misterio de Dios, como Zacarías e Isabel. Preparando, además del cordero, unos buenos tiempos para la oración, la lectura de la Palabra de Dios, el rezo en familia, la práctica de las obras de misericordia… No es tiempo de callar, nuestra vida tiene que hablar del nacimiento del Salvador.  Ponte ya en el portal, junto a María y José, a esperar con ansia el nacimiento de Jesús.