Llevamos pocos días de Cuaresma. Ojalá mantengamos el espíritu de conversión con que la iniciamos el miércoles de ceniza. Quizá alguno aún no se ha adentrado en el espíritu de este tiempo o, si lo hizo, se haya desanimado pronto al ver que no era capaz de los grandes propósitos que había abrigado y que acompañó de un “este año sí”. No importa donde nos encontremos. Para todos sirve el evangelio de hoy “Pedid y se os dará”.

Lo primero es pensar a quién pido. Es a Dios. Eso hace que mi oración deba fundamentarse en la fe. Creo firmemente en Dios, que es Padre y lo puede todo. Así empieza la confesión de fe del Credo. Por eso la oración siempre se suscita en una situación de confianza. Jesús mismo nos invita a ello “¡cuánto más vuestro Padre del cielo dará cosas buenas a los que le piden!”. No siempre recibimos lo que inmediatamente esperamos, pero Dios siempre va a darnos lo que más necesitamos. La petición se fundamenta en la fe.

De forma sintética resume san Gregorio de Nisa “La oración salvaguarda la templanza, domina la cólera, abate el orgullo, extirpa el rencor… Es el sello de la virginidad, la fidelidad del matrimonio…”. Con ello señala este autor que quien reza va fortaleciendo sus disposiciones de vida cristiana. Es como un fruto invisible pero constante de la oración, porque la verdadera oración lo que hace es fundamentarnos cada vez de forma más firme en Jesucristo.

Por otra parte podemos preguntarnos qué hemos de pedir. Nada debe quedar fuera de la oración. Si rezar es tratar de amistad con quien sabemos nos ama –al decir de santa Teresa-, nada debe quedar fuera de nuestro diálogo con días. Pienso que no hay que acudir con una falsa “educación” pretendiendo no molestar a Dios. El evangelio de hoy exhorta a la insistencia. Ante Dios no nos hacemos pesados. Cuando fluye nuestra vida ante Dios también Él nos enseña a reconocer de qué tenemos verdadera necesidad. Pero no nos cansemos de pedir, porque radicalmente siempre tenemos necesidad de Dios. Sin él nuestra vida se desvaneces y todo se vuelve pesado y oscuro. Y aunque la oración no se agote en la petición el Señor hoy nos habla de ello. El mismo Padrenuestro, la oración que Jesús nos enseñó, está formada por siete peticiones.

Finalmente nos podemos fijar en otro aspecto. Jesús resume su enseñanza de hoy diciendo “En resumen: Tratad a los demás como queréis que ellos os traten”. Es un final inesperado pero totalmente adecuado. Jesús nos ha enseñado que debemos pedir a Dios y que él nos trata como Padre. Hay algo que se percibe en la oración y es el amor que Dios tiene por todos los hombres. Hay también algo que se aprecia en la oración y es el corazón de Dios y su amor. Por eso quien ora nunca queda defraudado, porque entra en contacto con ese amor infinito de Dios. Y hay algo que se aprende y es a amar a los demás con el mismo amor que Dios nos tiene. Por ello la petición sincera no nos cierra en el egoísmo sino que nos abre a tratar bien a los demás; a practicar con ellos la misma misericordia que recibimos de Dios.