“Como el Padre que vive me ha enviado, y yo vivo por el Padre, así, del mismo modo, el que me come vivirá por mí”. En el evangelio de san Juan, el término vida está muy presente. Hace referencia a la creación de Dios, cuando de la nada creó vida. Pero en labios de Cristo esa vida se eleva, es decir, no se refiere a la vida de las criaturas, la vida biológica; lo que nos quiere comunicar es la vida de Dios, aquello de lo que Él disfruta y que quiere compartirlo con nosotros. Él vive en el Padre y por el Padre.

La novedad de la vida cristiana es que por medio de Jesucristo, nosotros participamos también de esa vida entre el Padre y el Hijo en el Espíritu Santo. Se trata por lo tanto de la vida sobrenatural: una nueva vida en Cristo .

Nuestro camino de ida y vuelta hasta Dios es Jesucristo, que por el misterio de encarnación ha hecho visible y palpable a Dios mismo: en Cristo podemos ver y tocar a Dios. Pero en el discurso que pronuncia Jesús hoy, esa cercanía de Dios llega a un extremo que en un primer momento escandaliza a los judíos: para tener esa vida, todos han de comer su cuerpo y beber su sangre. Les está proponiendo el canibalismo. Cualquiera de nosotros lo rechazaría de plano si nos atenemos a la literalidad de sus palabras; quizá por eso comprendemos el rechazo que generaron estas palabras.

En algunas culturas indígenas la práctica del canibalismo simbolizaba un modo de unión con el espíritu de una persona o incluso la divinidad. Estas prácticas, evidentemente no recomendables, no pueden realizar aquello que significan. Pero tomamos una idea de fondo: cuando tomamos un alimento, asimilamos lo que comemos.

El discurso del pan de vida es el modo en que Cristo quiere comunicar a sus discípulos que la vida nueva que nos da y la comunión con Él no sólo se ciñe a una comunión de ideas, como era costumbre con los fariseos, sino que se ha de participar por él, con él y en él mismo. Estas tres preposiciones (por, con, en) culminan la plegaria eucarística de la misa, cuando el sacerdote levanta el Cuerpo y Sangre de Cristo y canta la doxología: Por Cristo, con él y en él.

Siguiendo la literalidad del discurso del pan de vida podemos afirmar que cuando participamos de la eucaristía comemos y bebemos carne y sangre humana: el Cuerpo y la Sangre de Cristo. Pero al realizarse en la eucaristía el sacrificio de Cristo —Cordeo de Dios— de un modo incruento, desaparece la faceta que más repugnancia nos causaría, y brilla con luz propia el bien que se nos comunica: la verdadera comunión con Dios en las especies del pan y del vino. Es una comunión sacramental, pero real. Comunión real, viva, mediante la cual asimilamos la vida divina que se nos da en el pan consagrado.