¡Hay que ver lo que hace la necesidad! Mateo nos trae hoy en su Evangelio un pasaje en el que dos personas necesitadas, verdaderamente necesitadas, interrumpen a Jesús. La primera un jefe de los judíos que le interrumpe mientras hablaba. La segunda una mujer que sufría flujos de sangre desde hacía doce años que le interrumpe mientras va de camino. Uno interrumpe su palabra, el otro su acción. Ambos reciben la misma respuesta: La Misericordia de Dios.

Y es que Jesús es la Misericordia Encarnada que siempre la recibe aquel que se acerca con humildad y devoción. La devoción del primero es inmensa: se arrodilló ante Él. La humildad de la segunda es intachable: no se atreve ni a hablarle. La Misericordia del Señor es inmediata porque como dice el salmo: “Un corazón quebrantado y humillado tú no lo desprecias”.

Estos dos personajes del evangelio nos ayudan a descubrir lo importante de saber acercarse a Jesús en medio de nuestras miserias y debilidades. Tanto el uno como la otra nos manifiestan la importancia del cuidado de dos grandes virtudes: la humildad y la confianza.

Grande es la confianza de este jefe de los judíos a quien no le importa quedar en evidencia delante de los demás. Se acerca a Aquel que los demás judíos quieren eliminar. Y se acerca porque confía en su poder. ¡Gran lección de vida cristiana! No podemos acercarnos al misterio de Dios sin la confianza. Esta virtud nos hace grandes porque nos hace redescubrir nuestra identidad: no somos autosuficientes, dependemos del amor originario de Dios.

La segunda nos enseña la humildad. Se acerca en lo oculto. Pero no es una humildad vacía. La humildad cristiana siempre es confiada: se acerca a Jesús sabiendo que con solo tocarle la orla del manto bastará… ¡Y bastó! Grande fue su fe.

Nuestra fe será grande si unimos humildad y confianza en la Misericordia del Señor.

Le pedimos a la Virgen María, a quien invocamos en la salve como Reina y Madre de Misericordia, que nos conceda la humildad para reconocer nuestra miseria y la confianza para acudir a la Misericordia Encarnada que es Cristo.

Nos puede ayudar hacer la oración de la confianza de San Claudio de la Colombiere:

¡Señor! Soy una persona que está en este mundo para ejercitar tu admirable misericordia y para hacerla resplandecer delante del cielo y de la tierra. Otros te glorificarán revelando con su fidelidad y con su constancia la fuerza de tu gracia, lo bueno y generoso que eres con los que te son fieles; por mi parte, te glorificaré haciendo conocer que eres bueno con los pecadores y que tu misericordia triunfa de toda malicia, que nada es capaz de agotarla, que ninguna recaída, por vergonzosa y culpable que sea, debe inducir al pecador a desesperar de tu perdón. Te he ofendido gravemente, mi amable Redentor; pero sería peor el terrible ultraje de pensar que no eres lo suficientemente bueno para concederme el perdón. En vano tu enemigo, que es también mío, me tiende cada día nuevas insidias: me harán perder todo menos la esperanza que aliento con tu misericordia. Aunque cayera cien veces y aunque fuesen mis delitos cien veces más graves de lo que son, seguiré esperando en Ti.