Me imagino a aquellos jornaleros de la parábola, antes de ser contratados, quejándose y criticando a todo el que pasaba, solo porque ninguno les ayudaba a salir de su situación miserable. Me los imagino, también, contentos porque, por fin, alguien se había fijado en ellos y les había contratado para trabajar en la viña de un rico y acaudalado señor, pero seguían quejándose porque no era el trabajo que ellos querían y seguían criticando a todos aquellos, más ineptos que ellos, que ocupaban los grandes puestos de la administración de su ciudad. Me los imagino haciéndose ilusiones, a lo largo de todo el día, porque quizá su señor quería contratarles al día siguiente, y al otro, y al otro, pero quejándose de que en ese trabajo poco futuro había y criticando a los cantamañanas, capaces de hacer carrera a base de embaucar a la gente. Me imagino la cara de aquellos pobres jornaleros que, después el cansancio, la fatiga, el sudor y el calor de un día agotador, cuando fueron a recibir su jornal, recibieron la misma paga que esos listos que, habían llegado a trabajar a la viña ya al final del día y se habían encontrado con el trabajo prácticamente hecho. Me imagino a aquellos jornaleros volviendo a casa, con el dinero en su bolsillo, y sin parar de quejarse y de criticar, esta vez contra la injusticia cometida por su señor, que encima tuvo la desfachatez de quitarles la razón y ponserse como modelo de virtud: “Amigo, no te hago ninguna injusticia. ¿No nos ajustamos en un denario? Toma lo tuyo y vete. Quiero darle a este último igual que a ti. ¿Es que no tengo libertad para hacer lo que quiera en mis asuntos? ¿O vas a tener tú envidia porque yo soy bueno?”.

El señor nos pone delante esta parábola para enseñanza de todos, porque (seamos realistas): la Iglesia está llena de quejicas y criticones. Y es que la virtud siempre incomoda y, a veces, es mejor comprendida y recibida por aquellos que se dicen no creyentes que por aquellos que dicen ser de los tuyos. Piensa que cuanto más se parezca tu vida a la de Cristo más gustarás, como El, la incomprensión y la maledicencia. Pero la incomprensión y la persecución de los buenos nada tiene que con el entramado de zancadillas, de maniobras ocultas, de políticas humanas y de jugadas que tantas veces se dan en las bambalinas de toda diócesis. Solo que el Señor se sirve de todo ello para ponernos en ocasión de crecer en la virtud.

¿Ha habido en la historia mayor injusticia que la que cometieron con Nuestro Señor en la cruz los «buenos» de su época, aquellos fariseos venerados por todos como los maestros de la Ley, que fundaban en su propia virtud y en su vida ejemplar toda la seguridad espiritual de su salvación? Y, sin embargo, sin que quizá ellos fueran del todo conscientes, con la persecución de aquel Justo estaban dando cumplimiento a los misteriosos planes de Dios. El silencio de Cristo en su pasión debe enseñarte a callar y a amar, con el amor del silencio, a esos «enemigos» buenos que te persiguen, con la palabra, la murmuración, la crítica, la maledicencia y hasta con las obras, y todo –eso dicen– en nombre de Dios, de la virtud, de la santidad, de la justicia con Dios, del bien espiritual de muchos, de la sana prudencia y del bien pastoral de la diócesis. No interpretes todo eso con los pobres criterios del mundo y de los hombres, con los que nunca podremos medir la acción misteriosa de Dios. Piensa que en esa persecución de los buenos, de los tuyos, Nuestro Señor vuelve a crucificarse en ti, para que puedas así completar en tu carne lo que falta a la pasión de Cristo. Aquellos jornaleros no entendieron el corazón de su señor porque no entendieron el don que habían recibido de trabajar en su viña. En ese privilegio estaba ya dada su paga. Pero, juzgaron la justicia de su señor según esquemas tan humanos, que se volvieron a casa con el reconocimiento de los hombres y con el bolsillo lleno de unas pocas monedad, sin haberse enterado nada de la justicia de su señor. Muchos jornaleros hay en la Iglesia, que en lugar de trabajar por servir a la viña, se sirven de la viña para trabajar para sí. Por eso, que cada cual examine sus bolsillos…